
Jorge Gómez Barata
En términos de filosofía para el desarrollo, Fidel Castro lo apostó todo a la educación base, no sólo de la autoestima individual y de la libertad, sino también de la introducción de la técnica y la ciencia, la elevación de la productividad del trabajo, del rendimiento de la tierra, la innovación y del crecimiento económico. Convertir a Cuba en una potencia científica es su obsesión. Nadie ha podido convencerlo de que los estudiantes no caben en las escuelas y los profesionales sobran. Tanto avanzó que asumió el concepto de “capital humano”; idea que entraña la capacidad de reproducir y multiplicar lo invertido.
En la década los setenta, Cuba llegó a un punto en el cual las universidades no daban abasto y cada año, al no obtener cupo, cierto número de bachilleres salían del sistema educacional sin estar listos para insertarse en los ambientes laborales. Con cada joven sometido a esta experiencia se consumaba una frustración, se perdía parte de la inversión y se sembraban malas semillas. Fidel hizo pública su aspiración de “universalizar la universidad”; sabía lo que quería mas no encontraba cómo lograrlo. El sistema escolar no aportó respuestas.
Por alguna razón, en el pasado reciente, quienes manejaban la educación superior no generaron iniciativas pedagógica y técnicamente respaldadas, como por ejemplo carreras universitarias más cortas o con perfiles menos exigentes, planes de nivelación para los aspirantes que reprobaban los exámenes de ingreso, cambios de conceptos en los estudios a distancia y otras medidas aunque paliativas, coherentes con el sistema de estudios superiores.
Con la crisis de los años noventa, cuando la economía cubana entró en caída libre, los costosos estudios universitarios se convirtieron en una pesada carga, las becas con todas sus facilidades se hicieron insostenibles, el dinero escaseó, la vida se hizo muy difícil, el empleo se contrajo y muchas otras personas, entre ellos muchachos y muchachas, quedaron cesantes. Era una bomba de tiempo. La buena noticia era que el Comandante seguía alerta.
En aquel contexto, en medio de la crisis, Fidel convocó a los jóvenes a la “Batalla de Ideas”, uno de cuyos componentes fue el desarrollo del trabajo con los sectores más deprimidos y golpeados por la situación económica, proceso para cuya gestión concibió la formación de miles de trabajadores sociales que extrajo de entre aquellos que por no haber accedido a las universidades se habían apartado del estudio sin integrarse al trabajo. La idea solucionaba dos problemas: atender a los más necesitados y dar empleo a cierto número de desvinculados. Tal vez para sumar motivaciones, Fidel llamó a los trabajadores sociales: “Médicos del alma”.
A la necesidad de capacitar a los trabajadores sociales se sumó la de hacer lo mismo con miles de maestros emergentes, instructores de arte y otros programas, incluso masas de obreros de ramas muy golpeadas por la crisis, como fue la industria azucarera, lo cual debía realizarse en los territorios. El plan se volvió exageradamente ambicioso e intentó sumar a jóvenes que años atrás habían fracasado al no lograr cupo en las universidades, a los cuales la Revolución les ofrecía una segunda oportunidad.
Bajo esas y otras premisas, en 2002 surgieron las sedes universitarias municipales y Fidel, actuando en los márgenes del sistema educacional existente, encontró un modo de avanzar en la realización de su aspiración de universalizar la universidad. La idea no era perfecta pero era revolucionaria y la puso en manos de la organización de la juventud a la cual le faltó experiencia y preparación para ejecutarla.
La municipalización de la enseñanza universitaria en Cuba, que todavía no ha cumplido 10 años, no fue fruto de la bonanza ni de un clima de serena paz social, sino la respuesta a una crisis y a una emergencia, resuelta brillantemente al utilizar procedimientos, capacidades y personal docente para la solución de problemas sociales.
En esencia se trató de alejar de las calles y atraer a las aulas a miles de jóvenes, minimizando las premisas de riesgo que acompañan al desempleo, las expectativas no realizadas y la falta de oportunidades. Defectos aparte, las sedes universitarias municipales devolvieron esperanzas a miles de jóvenes y les permitieron rehacer sus proyectos de vida. Lamentablemente, en la puesta en marcha se cometieron errores que convirtieron a la municipalización un proyecto social y educacional magníficamente inspirado aunque mal realizado.
Afortunadamente, las nuevas autoridades universitarias y los dirigentes de la educación superior han actuado a tiempo, maniobrando para subsanar los errores cometidos sin abortar el proyecto, que fue afectado por defectos estructurales no sólo de la educación sino del sistema en su conjunto.
Salvar la idea de la municipalización, perfeccionarla, categorizarla dentro del sistema de estudios superiores, hacerla coherente con las realidades económicas, sociales y culturales de los territorios, significa dar oportunidad a que las reformas y los reajustes institucionales que tienden a jerarquizar el papel de los municipios y provincias maduren es aportar al proceso de reajuste institucional que lleva a cabo el país y encontrar la manera de que todo el que quiera estudiar, tenga como y donde hacerlo.
Disponer de una sede universitaria, embrión de una universidad, seguramente se convertirá en una legítima aspiración de las localidades, sobre todo del interior del país y preservar el modelo, es un homenaje a su creador e inspirador y una muestra de que, como en todo lo demás, en la educación superior, la Revolución hace la diferencia. Allá nos vemos.