Jorge Gómez Barata
Raúl Castro, presidente de la República, Ricardo Alarcón,
presidente del Parlamento, Abel Prieto, ministro de cultura, Miguel Barnet, que
encabeza la organización de escritores y artistas, Eusebio Leal, historiador de
La Habana, científicos como Mariela Castro y Fernando Martinez e instituciones
como la Cofradía de la Negritud, la Comisión Nacional José Antonio Aponte de la
UNEAC y otras, figuran entre las voces que critican la discriminación y la
exclusión social y rechazan la penalización de las diferencias en Cuba.
No hace falta decir que se trata de personas
suficientemente inteligentes y experimentadas como para comprender que esa
línea conduce a la aceptación de la más común de las otredades: el derecho a
pensar diferente. Las creencias religiosas, las preferencias sexuales, la
feminidad y el color de la piel, no son diferencias más respetables y dignas de
consideración que las concepciones filosóficas y las opiniones políticas, ni es
posible aceptar unas y rechazar otras.
Sin embargo, la dimensión política de las diferencias en
la Cuba de hoy, asume particularidades
que las hacen específicas. Mientras la reivindicación de los derechos de los
creyentes, los homosexuales, las mujeres y los negros constituye una tarea
revolucionaria, que marcha en el mismo sentido que el proyecto socialista y
reafirman la cohesión social, las opiniones políticas, al menos en el contexto
actual y hasta que se pruebe otra cosa, suelen conllevar intenciones
francamente disolutivas del régimen político y visiblemente contrarias al
interés de las mayorías.
No obstante no siempre será así y de algún modo la
sociedad cubana ha de prepararse para paulatinamente asimilar esas
manifestaciones de pluralidad como ya lo hace con otras. Según me comentara
recientemente un experto politólogo, cuando ello ocurra, al poco tiempo nadie
se acordará de que un día fue de otra manera.
Por el camino que actualmente sin traumas ni
sensacionalismos transita la sociedad cubana que a problemas resueltos como son
el transito del Estado ateo al laico, la aceptación de los religiosos en cargos
estales incluso en las filas del Partido, los intercambios familiares entre
emigrados y residentes en la Isla y los contactos académicos, se han sumado
políticas culturales que han regularizado los contactos e intercambios con
intelectuales y artistas residentes en el exterior.
Incluso casos otrora conspicuos como los de Virgilio
Piñera, Guillermo Cabrera Infante y otros, son hoy reconocidos como
intelectuales cubanos y obras suyas son publicadas y representadas en el país,
hace años se descontinuó la práctica de suprimir de oficio del cine y la
televisión a los actores y actrices que
emigraban y recién el joven y virtuoso bailarín Carlos Acosta, triunfador en el
extranjero donde reside la mayor parte del tiempo, ha sido galardonado con el
Premio Nacional de danza sin que se hayan alzado voces en contra.
La sociedad ha depuesto sus críticas excluyentes respecto
a la emigración, la tolerancia ha relevado a la intolerancia y tanto el Estado
como el gobierno se aproximan a reformas migratorias que resuelvan los
problemas en esa área sin perjuicio de la obligación de preservar intereses
nacionales esenciales.
Hace tiempo se han desatado las amarras y superado los
tabúes que impedían tratar o denunciar el racismo, la homofobia y el ateísmo
institucionalizado y aprovechando las nuevas tecnologías se han ampliado los
márgenes para que se exprese la diversidad de opiniones, se asimile la crítica
no sólo a la gestión y a los ejecutores de la política sino a las instancias de
poder. Entre blogueros e internautas cubanos y extranjeros existe no sólo un
intercambio fecundo sino un intenso debate ideológico, político y teórico.
Al respecto, el
problema no está ahora dentro de la Isla sino fuera de ella y radica en el
gobierno de los Estados Unidos que al entrometerse visiblemente en los asuntos
internos de Cuba, sostener un bloqueo encaminado a crear dificultades y
descontento al interior del país, aprobar créditos para financiar la oposición
interna, mantener emisiones ilegales de radio y televisión y utilizar las
facilidades diplomáticas para monitorear y dirigir la llamada disidencia
interna, obstaculiza, aunque no logra impedir, el avance de las reformas en
ámbitos políticos e ideológicos.
Aunque nuestro país, en pleno ejercicio de la soberanía
nacional adelanta libérrimamente sus reformas, no caben dudas que la hostilidad
norteamericana, que no se limitó nunca a cuestiones económicas, políticas y
propagandísticas sino que incluyó amenazas y agresiones y militares, fomento
del terrorismo y numerosos intentos de magnicidios a Fidel Castro,
recientemente incluido en el Libro Guinness como la persona a la que más veces
se ha tratado de asesinar, galardón que nadie le envidia, es un obstáculo y una
condicionante a los cambios en Cuba.
Estados Unidos haría bien en deponer su agresividad,
aflojar el bloqueo, cesar de financiar la contrarrevolución interna, liberar a
los cinco patriotas cubanos detenidos en Estados Unidos, como recientemente ha
hecho Cuba con más de un centenar de detenidos y dejar que los cubanos,
pensando y actuando por cuenta propia, hagan sus autocráticas y profundicen sus
reformas sin injerencias ni presiones extrañas. Tal vez no sea mucho pedir.
Allá nos vemos.