Jorge Gómez Barata
Mi padre y yo, mis hijos y los hijos de ellos hemos
vivido bajo el bloqueo norteamericano que no puede ser comprendido sólo
mediante ejercicios de resta y suma. Esa medida de duración y asimetrías
abusivas, creó vacios y necesidades no sólo materiales frente a las cuales fue
necesario aplicar paliativos.
El bloqueo norteamericano a Cuba, que sumó a todo
occidente con la excepción de México e incluyó a las organizaciones financieras
y otros organismos internacionales, privó a la isla de mercados, proveedores y
fuentes de financiamiento, condicionando el estrechamiento de los vínculos con
la Unión Soviética que con una decisiva y voluminosa solidaridad, no exenta de
proyección geopolítica, vino al encuentro de la Isla acosada por Estados
Unidos.
A pesar de que la Revolución Cubana debutó en medio de la
Guerra Fría (1959), cuando eran sumamente intensas las campañas anticomunistas,
Estados Unidos no logró el aislamiento del proceso revolucionario que contó con
la solidaridad de importantes sectores de la opinión pública, la
intelectualidad avanzada y la izquierda de Europa y América Latina y
personalidades de los Estados Unidos. Entre esas expresiones ninguna fue mayor
ni más oportuna y comprometida que la manifestada por la Unión Soviética,
convertida en principal aliado político, además de mercado, proveedor y fuente
de financiación para el desarrollo.
En las exportaciones de azúcar, productos agrícolas,
níquel y otras materias primas y la importación de petróleo, alimentos e
insumos, a pesar de la distancia, las cosas funcionaron aceptablemente; el país
colocó toda su producción y recibió precios justos por sus mercancías. Cuba
recibió además el armamento y la técnica militares necesarias para su defensa y
fue asistida en su asimilación.
No ocurrió lo mismo en el ámbito tecnológico, es decir en
cuanto al equipamiento técnico de la economía nacional.
Las afectaciones del bloqueo norteamericano que en la
práctica comenzó a funcionar desde el año sesenta, se reflejaron inmediatamente
en el suministro de materias primas, insumos, repuestos, equipos y maquinarias
para la industria, fenómeno que coincidió con la puesta en marcha en Cuba de
ambiciosos planes de desarrollo, encaminados al crecimiento económico, la
creación de empleos y el aumento del bienestar de la población que, además de
financiamiento requería de una inyección de tecnologías.
Cerradas todas las posibilidades, a Cuba no le quedó otra
alternativa que asimilar masivamente la tecnología soviética, decisión que
implicó el inicio de una reconversión total en virtud de la cual se cambiaria
todo el equipamiento industrial y para la generación de electricidad, el
transporte tecnológico y de servicio público, la maquinaria agrícola, el
equipamiento ferroviario y de la aviación civil, la base energética, los medios
de comunicaciones, los transmisores y los receptores de la radio y la
televisión, los sistemas de pesas y medidas, incluso las herramientas de mano.
Nadie podrá calcular el trauma tecnológico, económico y
de conocimientos que una transformación de ese tipo significó y que llegó a
situaciones tan elocuentes como fue descubrir que con una llave norteamericana
no es posible aflojar una tuerca rusa, que las pesas en lugar de en libras
ofrecían lecturas en kilogramos y los operarios, arquitectos e ingenieros,
habituados a medir en pulgadas, de un día para otro tuvieran que hacerlo en
centímetros.
Es un hecho conocido, aunque raras veces tomado en cuenta
que en su conjunto, excepto en el terreno militar, la tecnología soviética
presentaba un considerable retraso respecto a sus similares norteamericanas. Al
obligar a Cuba a dotarse de equipos y aplicar procedimientos productivos
atrasados, incluso obsoletos, el bloqueo norteamericano no sólo forzó a la
economía cubana a enormes gastos sino que la condenó al estancamiento,
favoreció la baja productividad, el despilfarro de combustibles, materias primas
y mano de obra.
Para añadir dramatismo, cuando todavía esa reconversión
tecnológica no había concluido, el socialismo real desapareció, obligando a una
repetición de la historia. Tan intenso ha sido este proceso que todavía en la
economía cubana se simultanean tecnologías norteamericanas de la época pre
revolucionaria, equipos soviéticos y algunos adquiridos recientemente. En las
calles de La Habana conviven los vetustos autos norteamericanos de los años
cuarenta y cincuenta con los no menos vetustos volgas y ladas de los años
sesenta y setenta.
A pesar del atraso y manifestaciones de obsolescencia,
con aquellas tecnologías se levantó la infraestructura del país y se lograron
grandes realizaciones económicas.
El atraso tecnológico, la tendencia al gigantismo, el
consumo excesivo de materias primas y energía, el descuido por el diseño
industrial y arquitectónico y otros elementos que en conjunto crearon una
especie de bache tecnológico, son componentes de la herencia soviética todavía
presentes en el desempeño económico de la Isla.
En el ámbito económico y tecnológico la dependencia llegó
a ser tal que cuando las autoridades rusas nacidas del ajuste geopolítico que
significó la desaparición de la URSS cortaron los lazos con Cuba, Fidel Castro
calificó el momento como de vigencia de un doble bloqueo. Allá nos vemos.
La Habana, 29 de febrero de 2012