Por Félix Sautié Mederos. Sur en América latina
Entrevista a
Esteban Morales. Economista y politólogo cubano. El académico especializado en
las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba y en los conflictos de identidad
racial en la isla habla sobre la necesidad de crear una identidad nacional
mestiza y de los desafíos que debe enfrentar una revolución para no quedar
estancada.
Hablar con Esteban Morales es entrar en contacto con
una sabiduría ancestral hecha ciencia social de punta, porque es un ejemplo
vivo de superación intelectual hasta los más altos niveles del saber científico
con consecuencia a sus orígenes, de los que nunca se ha arrepentido y defiende
con caballerosidad significativa. “Nuestras imperfecciones sociales actuales no
nos han permitido superar muchos lastres heredados del régimen colonial
–expresa, por ejemplo–, y otras cosas que se reproducen como fenómenos con una
relativa novedad dentro de la sociedad cubana de hoy; a pesar de que durante
estos años la Revolución Cubana ha luchado contra la discriminación y la
desigualdad, hasta los mismos bordes del igualitarismo, no todos los grupos
raciales que forman hoy la nación cubana, la integraron de igual forma.” Y, sin
embargo, en la isla “nadie acepta el calificativo de racista”, destaca.
Para este economista, politólogo y experto en estudios
culturales, la revolución no se hace de una vez y para siempre. “En la Cuba de
hoy quien quiera continuar siendo revolucionario debe librar sus propias
batallas y asumir los riegos que le vengan encima... Soy de la opinión de que
toda revolución, en cualquier campo de la vida, debe autorrenovarse
continuamente. Quiero seguir siempre en la izquierda, es el lado del espectro
político-ideológico que más me satisface, pero la izquierda no puede ser
estática: creo que hay que buscarla continuamente, dado que creyendo estar en
la izquierda, es posible terminar en la derecha.” Por eso, tal vez, se siente
“siempre parte de una nueva izquierda”.
Morales es licenciado en Economía y doctor en Ciencias
Económicas. Fue profesor e investigador titular en la Universidad de La Habana.
Aunque a sus 71 años está jubilado, sigue cumpliendo tareas académicas (brinda
conferencias y asesoría académica para maestrías y doctorados, imparte cursos
de posgrado e integra tribunales de evaluación) porque cree que el ejercicio de
la docencia “es muy útil a la sociedad y para uno mismo, para mantenerse
activo, sobre todo ligado al estudiantado, que es reconfortante”. Nunca, dice,
podría abandonar “esta actividad que despliego como si aún no me hubiera
jubilado: la mayor satisfacción a mi edad es saber que he logrado contribuir a
la formación de muchos jóvenes. Pienso que todo intelectual debiera ejercer la
docencia, porque los jóvenes necesitan de todas las experiencias acumuladas en
cualquier campo del conocimiento y de la cultura”. Es también miembro de la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y un reconocido especialista en
las relaciones bilaterales con los Estados Unidos y las relaciones raciales
dentro del país, temas sobre los que versan varios de los quince libros que
publicó como coautor y autor único.
–Aparte de sus estudios y análisis sobre los Estados
Unidos, he seguido y citado en mis Crónicas Cubanas sus escritos sobre
el problema negro en Cuba, por denominarlo de alguna manera. ¿Existe tal cosa?
¿Cómo lo describiría?
–Yo no utilizaría el término de “problema negro”: diría
más bien que arrastramos, y no sólo como un lastre histórico, sino que
reproducimos, la discriminación racial y la existencia de racismo en Cuba. No
se podría decir que la sociedad cubana es esencialmente racista; hemos
avanzado, con una política social extraordinariamente humanitaria. Aunque esta
política, al haberse concentrado en el problema de la pobreza y no tomar en
cuenta el color, excluyó una variable de profundo contenido de diferenciación
social. No todos los grupos raciales que forman hoy la nación cubana la
integraron de igual forma. Los llamados blancos (españoles, porque en realidad
no son blancos después de 800 años de ocupación árabe; pero llegaron con esas
credenciales y así se quedaron) eran los colonizadores: vinieron a Cuba por
voluntad propia, a buscar fortuna, y concentraron el poder. Los negros,
resultado de la trata esclavista, vinieron obligados en los barcos negreros,
cazados o comprados en las costas de África, para trabajar como esclavos. Lo
cual generó puntos de partida muy diferentes para los dos grupos más importantes
y mayoritarios que integraron nuestra población.
–¿Qué se siguió de esos diferentes puntos de partida?
–Esos puntos de partida aún no han logrado ser superados.
Pues aunque en Cuba la pobreza fue también masivamente blanca, la riqueza nunca
fue negra. Muchas rebeliones antiesclavistas, tres Guerras de Independencia y
casi sesenta años de República no cambiaron la situación. Sólo a partir del
triunfo de la Revolución en 1959, los pobres en general, y los negros en
particular, lograron en realidad tener oportunidades de ascenso social en Cuba.
Pero los negros y los mestizos (estos últimos surgidos de la mezcla) partieron
de muy atrás y ello aún se refleja en los niveles de vida y capacidades de
ascenso social dentro de la población cubana. Esa fue la herencia que recibió
la Revolución Cubana, y a pesar de haber luchado denodadamente contra ella, aún
no la ha podido superar. Porque más de cuatrocientos años de esclavitud y
sesenta años de república neocolonial no se superan en poco más de cincuenta
años de revolución, por muy radical que ésta haya podido ser.
–En un reciente artículo que publicó en el blog Moncada
(http://moncadalec tores.blogspot.com/2013/04/la–revolu
cion–cubana–comenzo–en–1959.html) en el que manifiesta la necesidad de convocar
a un debate público sobre estos problemas, refleja esos asuntos con bastante
amplitud.
–Allí digo que los señalamientos realizados por el
compañero presidente Raúl Castro en su discurso de clausura de la Asamblea
Nacional tienen también una expresión dolorosa en las relaciones raciales
actuales en Cuba. Diría, también, que aún no hemos logrado completar el
cuadrilátero de fuerzas sociales que nos permitiría atacar la cuestión racial
de manera radical y profunda. El tema racial no está en la escuela, donde no se
menciona el color, impidiendo que pueda pasar a la cultura; no se ve reflejado
en los medios masivos; está en pañales dentro de la ciencia y nuestras
estadísticas son incoloras, generando un considerable nivel de invisibilidad de
nuestra población negra y mestiza. Apenas entre finales de los años ’80 y
principios de los ’90 volvimos a enfrentarnos al tema, siendo el propio
compañero Fidel Castro el que lo retomó. Estamos moviéndonos en la dirección de
atacarlo fuertemente, pero aún no forma parte del debate público como debiera
hacerse, según mi opinión, y permanece secuestrado en espacios limitados, en
públicos interesados, pero aun pequeños, con ninguna divulgación en los medios,
de lo que en esos espacios se discute. Por eso en mi artículo llamo la atención
fuertemente a que el tema forme parte del debate público nacional, esté en la
agenda de todas las organizaciones políticas, de masas, culturales y en todos
los espacios de la sociedad civil cubana. Pues generalmente su falta de
reconocimiento constituye uno de los problemas más serios que enfrentamos para
solucionarlo. Cuba ha devenido en el paradigma que nos dice que no basta con
autoproclamarnos como una sociedad socialista y luchar contra el capitalismo
para solucionar la discriminación racial y el racismo. Hay que avanzar mucho
más allá, sobre todo en el orden político y cultural.
–¿Qué hace en concreto al respecto de este importante
asunto? ¿Qué podríamos hacer todos los cubanos?
–Tenemos comisiones nacionales que abordan el problema.
La Asamblea Nacional ha comenzado a prestarle atención. Tenemos debates en las
provincias del país. Se negocia con todos los organismos del Estado y del
gobierno para que desempeñen el papel que les corresponde. Pero aún no hemos
logrado romper el nudo burocrático que nos impide avanzar más rápido en el
tema. Mencionados ya los obstáculos que nos impiden decir que de manera total
ya el racismo y la discriminación no son un problema institucional en Cuba,
señalemos que el Estado no es racista, que el gobierno no lo es, que nuestros
organismos oficiales no lo son. Pero aún no logramos que todos participen con
la fuerza de su institucionalidad para erradicar el problema.
–¿Identifica otros retos a enfrentar?
–La identidad. Los cubanos debiéramos fortalecer nuestra
identidad. Durante años prestamos una fuerte atención a la identidad nacional
como resultado del enfrentamiento político con los Estados Unidos en
particular. Pero los asuntos de la identidad cultural y racial quedaron
rezagados: no avanzaron de igual forma para que hubiéramos logrado completar el
sistema que nos permitiría estar en ventaja en la lucha que aún tenemos que
librar contra la discriminación racial y el racismo que sobreviven. Carecemos
aún de la conciencia racial que hace falta para combatir contra el racismo y la
discriminación. Nuestro racismo, al ser un racismo menos de apartheid (menos de
separación de los colores, más de compartir entre todos, más hipócrita, más de
blanqueamiento), tuvo también el lado negativo de impedirnos ganar una fuerte
conciencia racial, y aún carecemos de ella al día de hoy. Cuba no fue los
Estados Unidos, donde los negros tenían que hablar inglés y no podían adorar
sus deidades ni tocar sus tambores. El negro en Cuba se mezcló más con el
colonizador blanco; sin dejar de ser esclavo, recibía a veces un trato menos
inhumano, podía hablar sus lenguas traídas de África, tocar sus tambores,
adorar a sus deidades, preparar sus brebajes e incluso dárselos a tomar al
colonizador blanco si éste se enfermaba.
–¿Qué sucedió con el mestizaje?
–Surgió además el mestizo. Los negros en Cuba tuvieron
una participación nada despreciable en la formación de la Nación y de la
cultura cubana: celebraban sus fiestas, que no pocas veces los blancos
compartían, y el hacendado que tenía un hijo con la negra podía adquirir para
él un “título de blanqueamiento”. Desde principios del siglo XVI el negro podía
comprar su libertad o recibir la manumisión. Existían batallones de pardos y
morenos. Y, en general, se trataba de un racismo más hipócrita, que se escondía.
Todo esto produjo en Cuba el fenómeno de que muchas personas, sin ser blancas,
no se asumen como negras o mestizas. En Cuba con una gota de sangre blanca se
puede ser blanco. Nuestros último Censo Nacional califica al 65 por ciento de
la población como blanca y como negra sólo a poco más de un 10 por ciento. El
resto son los llamados mestizos. Pero con una mirada atenta en la calle, se
puede observar que todos en Cuba somos mestizos. Se trata de un fenómeno que
puede avergonzarnos a todos los cubanos: un problema de disfuncionalidad
cultural de toda la sociedad cubana. Entonces debatir el tema públicamente, en
la dirección de encontrarle solución de manera conjunta al problema que afecta
nuestro proyecto como sociedad y como nación, en esencia mestiza, es sumamente
importante. Terminar de reconocer esto último como la realidad más palpable
sería vital, pues no se trata de una cuestión entre blancos, negros y mestizos,
sino de toda la sociedad cubana.
–¿Estaría de acuerdo en definirse como parte de la Nueva
Izquierda cubana a favor de lo que se ha dado en denominar el Socialismo del
siglo XXI? ¿Es eso compatible con la lucha de tantos años que hemos compartido
a favor de la Revolución Cubana, o habría que hacer una Revolución dentro de la
Revolución en Cuba para actualizarnos con los tiempos?
–En realidad, yo siento que siempre he sido el mismo
desde el punto de vista de que he tratado de avanzar con aquellas ideas que me
permiten continuar considerándome como un revolucionario socialista. Para eso
no he vivido de ilusiones, ni en el pasado, sino siempre tratando de mirar
hacia el futuro, superar mis propios errores de concepción cuando los he tenido
(escuchando mucho, tratando de aprender de todo el mundo) y asumir siempre una
actitud crítica cuando lo he considerado necesario, sin medir las consecuencias
que tal posición me haya podido traer. Tengo un lema: “En la Cuba de hoy quien
quiera continuar siendo revolucionario, debe tener su propia guerra, librar sus
propias batallas y asumir los riegos que le vengan encima”. En realidad no me
he puesto a pensar si soy parte de una nueva izquierda o no. Aunque no me
asustaría si llego a esa conclusión... Pero debo confesarle que hasta hoy no
había pensado en eso. En cambio sí estoy seguro, y me siento muy feliz de ello,
de tener mi propia revolución, que puede o no ser la de otros, pero es la que
yo pienso y quiero hacer: combato contra todas las ideas que no considero
buenas, sin temor a equivocarme; trato de convencer cuando creo que tengo la
razón para sumar fuerzas; voy librando batallas dentro del campo que
constituyen mis ideas sobre hacia dónde debe ir el país, cuáles son las cosas
que nos hacen daño y qué caminos serían los más convenientes. Siempre como
alternativas posibles porque, sobre todo, trato de ser realista. Determinados
problemas pueden no tener una única solución.
–¿Esas diferentes soluciones hablan de cambios de
opinión?
–Me preocupa sobremanera ser consecuente. Nunca reniego
de mis orígenes, nunca me parecen ridículas las cosas en que un día creí y que
ya no encuentro válidas: las analizo como si estuviera mirando hacia mis otros
yo, en otros momentos y espacios, y siempre recojo de eso lo que me parece que
me puede continuar siendo útil para mi vida presente. Pienso que la idea de una
revolución dentro de otra no es un absurdo. Veo a la revolución como veo la
vida: como una gran escalinata, en la que incluso los escalones que ahora nos
parecen absurdos también nos ayudaron a escalar. No desprecio ninguno. No
reniego de ninguno. Todos me ayudaron a estar en el lugar en que ahora me
encuentro. Hoy soy, porque fui ayer. Pensar de otro modo creo que no ayuda a
entender que las cosas cambian, se superan, a veces se truecan en su contario,
pueden hasta retroceder... y en la vida hay que ser capaz de seguir esa
dialéctica para sentirnos siempre útil a las ideas que defendemos, hasta el día
en que nos llegue el momento de irnos. ¿A otro mundo? Eso sí no lo sé.
–¿Se considera un exponente de la Nueva Izquierda Cubana?
–Si pensar así es considerarse como una nueva izquierda,
no tengo a menos reconocerlo. No hay nada más continuamente nuevo y dinámico
que la izquierda. La derecha casi no hay que buscarla: estáncate en la propia
izquierda y pronto estarás en la derecha. Sólo la derecha es cómoda. La
izquierda es la lucha continua y sin descanso. Es la única posición en la que
no se debe ni se puede descansar. Si te acomodas, ya estás en la derecha.
Porque eso es la derecha: acomodamiento. Por tanto, de ese modo, tal vez, me
siento siempre parte de una nueva izquierda.
Esta entrevista se reproduce por gentileza de su autor,
quien trabaja en un proyecto de difusión de la Nueva Izquierda Cubana. Integra
la serie ¡Por
Esto! pregunta, y fue publicada originalmente en el Semanario Unicornio de
¡Por Esto! : http://www.poresto.net/ver_nota.php?zona=yucatan&idSeccion=24&idTitulo=258438.