Ollantay Itzamná
Los griegos
enseñaron que los derechos humanos son principios éticos innatos a todo ser
humano, y conforme despierta la razón, sus portadores van tomando consciencia y
ejerciéndolos. Siglos después, los europeos inculcaron que los humanos tienen
derechos en la medida que el Legislador los va otorgando.
A los
primeros se los denominó iusnaturalistas. A los segundos, iuspositivistas. En
el primer caso, los estados sólo reconocen derechos ya preexistentes. En el
segundo, son los estados quienes crean y otorgan los derechos. Es importante
este detalle sobre el origen, porque de ello depende quién o cómo se defiende
los derechos.
Las
religiones, en especial las monoteístas, tarde ingresaron en el debate de los
derechos humanos. La Iglesia Católica, por ejemplo, hasta casi finalizado el
siglo XIX, siguió concibiendo los derechos humanos como una doctrina
“pestilente” (Sylabus de Pío IX).
Para los
pueblos de Abya Yala, el asunto es un tanto distinto. Nosotros asumimos que los
derechos no son monopolio exclusivo de los humanos, sino una cualidad universal
compartida por todos los seres que coexistimos en la comunidad cósmica. Estos
derechos compartidos tienen su origen y su historia en la misma cosmogénesis.
De allí proviene la razón de ser de la fraternidad cósmica.
La
diferencia entre humanos y los demás seres no es ontológica, sino deontológica
(deber ser). Por nuestra condición de consciencia diferenciada, estamos
llamados a ser cuidadores, jardineros (criadores) de los derechos de toda la
comunidad cósmica. Los derechos humanos dependen de los derechos de la Madre
Tierra.
Derechos
humanos aparentes en la era de los estados naciones
El derecho
positivo internacional, y los estados naciones actuales, presas de la filosofía
antropocéntrica y especista, progresivamente fueron reconociendo y legislando
sólo los derechos humanos con carácter universal. Pero, incluso el
carácter universal de los derechos humanos no es más que una falacia. No sólo
porque los mecanismos y procedimientos de aplicabilidad de dichos derechos son
altamente racistas y nortecéntricas, sino porque las sociedades adineradas del
Norte mantienen su estilo de vida gracias a la sistemática violación de los
derechos de las sociedades del Sur.
A esto se
suma que el carácter antropocéntrico y especista de los derechos humanos
positivos ha dañado al límite la capacidad autoregulativa y regenerativa del
planeta (negando sistemáticamente los derechos a nuestra Madre Tierra), al
límite de colapsarla. Quizás porque jamás se dieron cuenta que nuestros
derechos dependen de los derechos de la Madre Tierra
Situación de
los derechos humanos en Guatemala y Honduras
Guatemala y
Honduras, países protegidos y consentidos por el Estado “adalid” y “defensor
universal” de los derechos humanos, es una evidencia del fracaso del discurso humanista
del Norte. En estos países, al igual que en muchos otros, el Norte y Europa
jamás permitieron procesos de cambios sociopolíticos estructurales tendientes a
universalizar los derechos para todos los humanos, porque ello implicaba
afectar los privilegios de sus agentes económicos.
Al grado que
en estos estados naciones casi bicentenarios, el derecho humano más elemental
como es el derecho a la vida se constituye en un privilegio existencial que
cada quien debe preservarla a cada instante.
Guatemala y
Honduras, al igual que otros países, firmaron y ratificaron casi la totalidad
de los convenios y declaraciones internacionales referentes a los derechos
humanos. En sus ordenamientos jurídicos incorporaron incluso hasta los derechos
humanos de la tercera generación. Pero, en ninguna otra época de la historia,
en esta tierra donde florecieron milenarias civilizaciones, el valor de la vida
humana se ha devaluado tanto como ahora.
Ni tan
siquiera en el período que duró la invasión militar española (siglo XVI) o
norteamericana (siglo XX, dictaduras y genocidios) se llegó a asesinar a bala a
un promedio de 20 a 25 personas por día, como ocurre ahora. La situación es aún
más escalofriante si le ponemos atención a las silenciosas muertes diarias por
cáncer, diabetes, desnutrición, etc. ¿Dónde están los derechos humanos para
ellos/as? ¿Dónde está el Estado de Derecho para ellos/as?
No se cuenta
con defensores profesionales de derechos para este contexto. Las y los agentes
técnicos-profesionales juristas apenas estaban capacitados para defender el
derecho a la propiedad. En las universidades no se forman a abogados defensores
para los derechos sociales, ni económicos, mucho menos para los ecológicos, ni
para los derechos colectivos de los pueblos.
El sistema
neoliberal disolvió a los estados, activó la violencia generalizada y expulsa a
la diáspora a guatemaltecos y hondureños
En estos
países, los estados naciones, en su origen e historia, fueron esencialmente
racistas, clasistas, machistas y especistas. Los estados se constituyeron como
herramientas para la acumulación de los privilegios de unos pocos, y para la
dominación material y cultural de las grandes mayorías.
Por aquí, la
democracia y la ciudadanía no pasaron de ser retórica. En los hechos, las
grandes mayorías jamás dejaron de ser súbditos obedientes y creyentes de las
élites violentas. Los grupos de poder utilizaron y utilizan a las iglesias,
escuelas, leyes, entidades públicas, organizaciones políticas, medios de
información, etc., para anular el pensamiento, la memoria y la dignidad de los
pueblos. En estos territorios no se pudo consolidar el Estado nación, ni la
ciudadanía. Por tanto, tampoco el cumplimiento y ejercicio de derechos. Las
personas saben de memoria la Biblia, pero de sus derechos, casi nada.
En estas
condiciones llegó la imposición del sistema neoliberal para despojar los bienes
y derechos que la colonia española y norteamericana no habían logrado llevarse
consigo. Esta tercera invasión de corporaciones desterritorializadas, en menos
de dos décadas, diluyó y diluye casi por completo los derechos humanos, de
primera, segunda, tercera, hasta de la cuarta generación.
El principal
enemigo del sistema neoliberal era y es el Estado de Derecho y la ciudadanía
(con derechos). Por tanto, achicar o aniquilar el Estado de Derecho
(convertirlo en su gendarme), y transformar a “ciudadanía” en consumidores, era
el objetivo principal de este sistema. En el caso de Guatemala y Honduras, con
aparentes Estados de Derecho, y ciudadanía casi inexistente, el neoliberalismo
no tuvo mayor oposición para sus objetivos.
Pero, lo que
quizás no contemplaron los promotores de la nueva religión neoliberal fue que
los estados aparentes no tenían suficiente autoridad como para subordinar a los
pueblos a los intereses de los nuevos amos.
En estos
casi dos décadas de la omnipotencia de la religión neoliberal, el desempleo
galopante, el crecimiento sin precedentes de la brecha entre ricos y
empobrecidos, la destrucción de ecosistemas y expulsión de poblaciones enteras
de sus territorios, la corrupción endémica en el sistema judicial, legislativo
y ejecutivo, etc., generaron una violenta desintegración de las sociedades.
Territorios completos quedaron bajo el control total de la industria del
narcotráfico y el crimen organizado.
La
incertidumbre y el libre mercado de armas obligaron a la gente a armarse. Al
grado que la autoridad legal no sólo se diluye irremediablemente, sino las
personas resuelven sus conflictos interpersonales a bala y machete. Las
pequeñas empresas pagan doble impuesto (impuesto de guerra al crimen
organizado, e impuesto fiscal al Estado).
Muchas otras
empresas privadas simplemente abandonan estos países al no poder lidiar con la
violencia generalizada. Al mismo tiempo, millones de guatemaltecos y hondureños
son expulsados por el sistema neoliberal hacia la trágica ruta al Norte. En
fin, algunos agentes del sistema neoliberal incluso hacen dinero con la
industria de la violencia y de la estampida migratoria.
A esta
incertidumbre existencial, producto de la disolución de las instituciones
estatales y la violenta desintegración de las sociedades, se suma la
incertidumbre alimenticia, climática, hídrica, etc. Guatemala y Honduras,
países tropicales y muy sensibles a las variaciones hidrometeorológicas se
encuentran catalogados como países de riesgo climático límite superados sólo
por otros como Bangladesh. El control del agua y de la tierra está activando
conflictos violentos entre ricos y empobrecidos. Las sequías y huracanes
generan tantas perdidas económicas que el PIB de estos países se reduce más año
que pasa.
Defensores/as
de derechos, enemigos internos de los estados
En este
contexto de las consecuencias del sistema neoliberal la tarea de la defensa de
los derechos, y la defensa de las y los defensores de derechos se encuentra en
alerta roja. No únicamente porque los agentes del sistema neoliberal
(empresarios hidromineros, palmeros, cañeros, etc.) catean a defensores de
derechos como los enemigos de “su desarrollo”, sino porque los mismos
gobernantes consideran que la defensa de los derechos es una actividad
subversiva en contra de la seguridad interna del país. Es decir, en estos dos
países, el o la defensora de derechos es “enemigo interno del Estado”.
Esta es otra
evidencia de la falacia de la vigencia de los derechos humanos en estos países.
Las personas conscientes, individual o colectivamente, se atreven a defender
los derechos, ante el silencio cómplice o permisivo de los estados (llamados a
garantizar dichos derechos), pero, el propio Estado, lejos de agradecer y
promover defensores, los criminaliza. Sólo porque los derechos humanos y sus
defensores se constituyen en un estorbo para el funcionamiento del sistema
neoliberal.
Es estos
países se persigue, encarcela y asesina a defensores/as como si se tratase de
cualquier escoria de la sociedad. Lejos de investigar a los culpables se los
premia con la impunidad. Y así, el anti sujeto se impone en el imaginario
colectivo generando miedo y sumisión.
Pueblos indígenas
en defensa de los territorios
Ante la
ausencia de la “ciudadanía” organizada para defender los derechos humanos
anulados por el sistema neoliberal, surgen con fuerza y de manera simultánea
los “no ciudadanos” para defenderse y defender los derechos en estos países.
Estos sujetos colectivos “no ciudadanos” son los pueblos indígenas, quienes
jamás formaron parte de los estados racistas, ni fueron tomados en cuenta como
ciudadanos.
Estos
pueblos, que en Guatemala son mayoría demográfica, y en Honduras una minoría
casi anulada, se articulan localmente alrededor de los derechos colectivos
reconocidos en el convenio 169 de la OIT y en la Declaración Universal sobre
los Derechos de los Pueblos Indígenas. Derechos como el de Tierra-Territorio,
Consulta Previa y Autodeterminación son las banderas con las que estos nuevos
sujetos sociopolíticos intentan frenar el avance de la rearticulación del
capital por despojo y expulsión emprendida por las empresas y corporaciones
neoliberales.
Los
proyectos de minería, hidroélectricas, expansión del sistema eléctrico plan
Puebla-Panamá, monocultivos, etc. son resistidos pacíficamente por las
comunidades y pueblos organizados. Pero, la reacción de los estados (gendarmes
de las empresas privadas) tampoco se deja esperar. Asesinan selectivamente a
las y los dirigentes. Persiguen penalmente a cuantos se movilizan en
resistencia. Pero, la resistencia indígena sigue y crece más en Guatemala que
en Honduras.
Los pueblos
indígenas al defender el el territorio, no sólo están defendiendo el derecho
que tiene el pueblo al agua, a los bosques, al suelo, a las identidades
culturales, etc., sino desde la perspectiva de la integralidad o de la
fraternidad cósmica todos los seres que cohabitan en el territorio tienen
derechos. Y, del cumplimiento de esos derechos depende la satisfacción del
bienestar y los derechos humanos. Este es el sentido de la propuesta de la
reconstitución de las territorialidades. Por eso, los procesos de la
resistencia colectiva en defensa de los territorios están hilvanados por
vivencias y reencuentros con las y los ajaus, las y los formadores, las y los
ancestros, etc.
En aquellas
ceremonias mayas, casi clandestinas, las y los presentes en resistencia
comparten sus comidas y bebidas para fortalecerse como sujetos colectivos. Al
mismo tiempo, dan de comer y beber a los ajaus (espíritus protectores de las
fuentes de agua, de los cerros, de los bosques, de las personas), a las y los
ancestros, a las y los mártires, para así todos juntos fortalecerse y
mantenerse en la defensa de los derechos que asisten a toda la comunidad
cósmica.
Aún no
existen leyes especiales sobre los derechos colectivos de los pueblos
indígenas, mucho menos de los derechos de la Madre Tierra. Pero, las acciones
colectivas de resistencia en defensa de estos derechos no sólo manifiestan la
desobediencia creciente, sino la proclamación de que “los derechos de la Madre
Tierra y de los pueblos no dependen de la voluntad estatal. Mucho menos cuando
el Estado es excluyente y racista con los “no ciudadanos”.
Éste es el
sentido de la defensa de los derechos colectivos de los pueblos y de la Madre
Tierra. En un contexto en el que el sistema neoliberal diluye los derechos
humanos, y los estados declaran como sus enemigos internos a todo defensor/a de
derechos, los nuevos sujeto colectivos se levantan con un planteamiento
inesperado para el sistema: la reconstitución de los territorios para
garantizar por sí mismos los derechos para todos/as en esas unidades
territoriales.
* Indígena quechua, abogado y antropólogo