Por Humberto Pérez González
Nueva División Político Administrativa
Como parte importante del esfuerzo por crear las mejores condiciones
para la práctica de la democracia, la descentralización, la participación de
las masas y reducir el campo de acción del burocratismo, en julio de 1973 se
constituyó una comisión, apoyada principalmente en el Instituto de Planificación
Física, que trabajó en la propuesta de una nueva División Político
Administrativa (DPA) para ser presentada en el Primer Congreso.
La DPA vigente hasta ese momento estaba estructurada en cuatro niveles
de dirección: nación, provincia, región y municipio o seccional.
Existían seis provincias que presentaban una gran heterogeneidad entre
ellas: por ejemplo, excluyendo a la capital, la provincia de Oriente tenía 36
000 km2 de superficie y 3 millones de habitantes mientras que la de
Matanzas solo contaba con 10 000 km2 y 500 000 habitantes. La relación,
por tanto, era de 4 a 1 en área y de 6 a 1 en población.
Entre las 58 regiones existentes, las diferencias eran de 11 a 1 en área
y de 20 a 1 en población. En los 407 municipios constituidos las diferencias
eran de 60 a 1 en área y de 150 a 1 en población.
En el proceso de trabajo de esta Comisión se tuvo en cuenta la
experiencia de otros países socialistas, sobre todo los más pequeños. Se
conoció que en la RDA, Polonia y Hungría existían cuatro niveles de dirección
con más de mil municipios en la base, y que en Hungría, menor que Cuba,
existían 20 provincias, en Bulgaria, 28, etc.
Pensando con cabeza propia, sin menospreciar las experiencias ajenas, se
decidió eliminar el nivel de región y que solo existieran tres niveles: el
central, 14 provincias y 169 municipios —más el municipio especial de Isla de
Pinos.
Con la nueva DPA, finalmente aprobada en el Congreso y aplicada en 1976
y 1977, se logró una mayor homogenización entre las provincias y municipios entre
sí, atendiendo a su geografía, territorio, población, actividad económica,
tradiciones, redes viales, migraciones, etc., lo que permitió un mayor
acercamiento físico de la población a los centros de dirección y la posibilidad
de un mayor dominio por estos de la situación y los problemas de dicha
población.
Además, al disminuirse en uno y pasar a ser solo dos los niveles de
dirección y administración existentes entre la base y la nación, y estar
constituidos dichos niveles por los OLPP elegidos por las respectivas
comunidades, y disponer de una autoridad y unas facultades descentralizadas y
de recursos que antes no tenían, debía producirse, en consecuencia, una más
directa vinculación de la dirección con la base, facilitando una comunicación
más ágil y mejor conocimiento de las situaciones, adoptar decisiones más
rápidas y ejercer un mayor control en su ejecución, a la vez que se hacía
posible reducir el personal burocrático (dirigente, técnico, administrativo y
de servicios) existente en el país del cual, si se excluían las entidades
productivas y de servicios de base, 38% se encontraba trabajando en el nivel de
región, incluyendo los aparatos de dirección del Partido, la UJC y las
organizaciones de masas.
Lamentablemente, sabemos que no ha ocurrido así, por lo menos en la
medida de lo esperado y que, luego quizás de un momento inicial de logros y
avances, se fue cayendo cada vez más en la rutina, la indolencia y el
burocratismo en sus diversas manifestaciones.
Entendemos que en las experiencias que se desarrollan en las nuevas
provincias de Artemisa y Mayabeque se está tratando de rescatar las viejas vías
y de explorar otras novedosas para resolver estos males y retomar la esencia y
los objetivos que estuvieron presentes en los años 70 y en los acuerdos del
Primer Congreso del Partido, adecuados a las circunstancias actuales, y luego
extender los resultados a todo el país. Ojalá se logren estos propósitos.
En cuanto al tercer encargo de Fidel, de mayo de 1972, relacionado con
la planificación y dirección de la economía, por tratarse de la tarea más
compleja desde varios puntos de vista y por considerarse que antes había que
definir y decidir sobre las estructuras, funciones e interrelaciones del
Partido, el Estado y la organizaciones de masas, no se acometió desde el primer
momento, aunque sí se iniciaron los estudios y análisis preparatorios para
cuando llegara el momento de implementarlo.
Fue en enero de 1973 cuando se circuló entre los miembros de la
dirección del país un primer documento conceptual, que aportaba algunos
elementos de juicio y referencias preliminares, pero aún sin hacer ninguna
propuesta concreta sobre el Sistema de Dirección y Planificación que debería
ser aplicado.
En ese documento titulado “Algunas cuestiones sobre la Economía Política
del período de construcción del socialismo” se abordaban de manera resumida los
siguientes temas principales:
·
Cuestiones
fundamentales a tener en cuenta en un sistema de dirección de la economía.
·
Diferencias
entre el mal denominado Cálculo Económico (centralizado y descentralizado), el
Sistema yugoslavo de Autogestión, el Sistema Presupuestario de Financiamiento y
el llamado Sistema de Registro aplicado en Cuba a partir de 1967.
·
Papel de las
relaciones monetario mercantiles en el socialismo.
·
Qué entender
por estímulos materiales y su utilización en interrelación con los morales.
·
Papel de los
precios en el socialismo.
·
Leyes
económicas objetivas ignoradas y/o violadas en los años 1967 a 1970 y sus
consecuencias.
En mayo de 1973, la dirección del país orientó comenzar a trabajar en
una propuesta concreta sobre el Sistema de Dirección y Planificación de la
Economía que se llevaría para su discusión y aprobación al Primer Congreso del
Partido. No fue hasta comienzos de 1974 que se pudo comenzar los trabajos sobre
este tema.
Para iniciarlos se plantearon 33 preguntas sobre diversos aspectos de un
Sistema de Dirección de la Economía, a las que la propuesta debía darles
respuesta. El primer documento que respondía a esas preguntas fue sometido a un
bombardeo de críticas, dudas, observaciones e insatisfacciones entre los
propios compañeros que habían trabajado en ello y la conclusión fue una nueva
lista ahora de 103 preguntas a las que había que responder.
Cinco versiones de respuestas se hicieron sucesivamente, cada una de las
cuales fue sometida a la crítica demoledora de “los abogados del diablo”, hasta
que al fin se preparó una propuesta final que fue sometida a la consideración
de la dirección del país y analizada y discutida en una reunión que duró 13
horas, los días 23 y 24 de enero de 1975, donde resultó preliminarmente
aprobada para pasar al proceso de discusiones preparatorio del Congreso.
Se consideró que la propuesta respondía predominantemente a un sistema
de Cálculo Económico intermedio entre su versión centralizada y su versión
descentralizada, con determinados ajustes y con numerosos elementos que
trataban de responder a cuestiones en las que había hecho énfasis el Che
durante el tiempo que estuvo al frente del Ministerio de
Industrias. (Véase discurso de Humberto Pérez, entonces Ministro
Presidente de la JUCEPLAN —actual MEP— y Vicepresidente del Consejo de
Ministros, pronunciado a nombre de la dirección del Partido y del Gobierno en
la clausura del Congreso constituyente de la ANEC, el 14 de junio de 1979, en
el que, sin dejar de reconocerse diferencias en importantes aspectos, se
señalan y argumentan 14 puntos de coincidencia entre el SDPE aprobado en el
Primer Congreso y algunos objetivos por los que luchaba el Che en el terreno de
la economía).
En los Lineamientos para actualizar el modelo económico aprobados en el
VI y más reciente Congreso del Partido, efectuado en 2011, y entre los mecanismos
que se utilizan en la dirección y gestión de la economía en los últimos años
reaparecen, naturalmente adaptados a las condiciones actuales internas y
externas del país, y más desarrollados incluso, muchos de los criterios,
mecanismos y fórmulas que aparecieron en los acuerdos del Primer Congreso del
Partido relativos al SDPE y que se fueron aplicando durante el proceso de su
implementación, interrumpida sin haber sido concluida a mediados de los años
80.
Entre estos criterios y mecanismos que actualmente se manejan y que
estuvieron presentes ya hace alrededor de 35 años, aunque de manera mucho más
conservadora, más limitada y a veces de forma incipiente o como intención
malograda, se pueden mencionar, por ejemplo: la planificación como elemento
principal para la dirección de la economía, junto a la utilización generalizada
de las relaciones monetario-mercantiles en todas sus manifestaciones y teniendo
en cuenta al mercado dentro de ciertos límites; el manejo de los precios, del
crédito, de los bancos, del pago de salarios vinculado a los rendimientos en el
trabajo, del presupuesto tanto a nivel central como a nivel de los órganos
locales del Poder Popular; el énfasis en la descentralización de las decisiones
y en el fortalecimiento de la autonomía económico-operativa de las empresas, la
autorización a estas a vender libremente parte de sus producciones, recursos
materiales en desuso y alquilar los ociosos, la libre contratación de la fuerza
de trabajo, la facultad de formar fondos de estimulación a partir de la
ganancia para usarlos a su discreción dentro de ciertos requisitos, la
obligación de firmar contratos; el desarrollo del movimiento cooperativo en el
sector agropecuario, de los mercados libres agropecuarios desde 1980; de los
trabajadores por cuenta propia desde 1978, el Decreto Ley 50, de febrero de
1982, “Sobre asociación económica entre entidades cubanas y extranjeras en el
país”, que amparaba la inversión foránea en empresas mixtas pero que solo se utilizó
a partir de finales de los años 80 para crear las primeras empresas mixtas en
el turismo; el intento en 1981 (finalmente no autorizado) de desestatalizar
determinadas actividades de servicios para pasarlas a funcionar por cuenta
propia o en forma de cooperativas, etc.
Sería absurdo asociar a un determinado compromiso ideológico, político o
económico con algún país u organización extranjera o a un calco o copia
mecánica, los razonamientos que llevaron en los primeros años 60 a varios
economistas cubanos y extranjeros y a compañeros de la dirección del país
(algunos sin ningún antecedente de vínculo ideológico o político con los países
socialistas ni con los partidos comunistas) a defender el Cálculo Económico y a
enfrentar las concepciones del Che. Igualmente absurdo sería hacer parecida
asociación al hecho de que, actualmente, en cumplimiento de los acuerdo del VI
Congreso del Partido, aunque sin reconocerles sus vínculos y parentesco con los
años 70 y con el Primer Congreso, la dirección del país retome criterios y
mecanismos de gestión económica para dirigir la economía que tienen
coincidencia y/o antecedentes en los aprobados en aquel Congreso y que son bien
vistos y defendidos de una u otra manera en estos momentos por muchos
representantes de nuestras ciencias sociales.
¿Por qué considerar las decisiones de los años 70 y las acciones
políticas y transformaciones institucionales ocurridas entonces, así como al
SDPE acordado en el Primer Congreso y los pasos dados en el proceso de su
aplicación en los años siguientes como calco y copia, resultado de un
compromiso con la URSS y con el CAME y de una alianza interesada con la
ortodoxia y el dogmatismo marxista, y no pensar que fueron simplemente
concepciones y conclusiones, acertadas o no, a las que se llegó de manera
independiente, como lo fue el pensamiento de los que defendieron el cálculo
económico en los primeros años de los 60 y como lo han sido las ideas y los
acuerdos del VI Congreso, tres momentos en diferentes tiempos en que han
coincidido similares ideas?
Resulta de interés, por otro lado, tener en cuenta en las valoraciones
que se hagan, lo que se deriva del examen de las estadísticas de la historia
económica de nuestro país y las investigaciones y análisis que se han realizado
de esa historia, por estudiosos calificados.
Desde 1959 hasta 2014, el único período de crecimiento y desarrollo es
el de los quince años transcurridos entre 1970 y 1985, en el que se triplicó el
PIB, a pesar de los errores e ineficiencias que ocurrieron en el mismo. Ya el
quinquenio 1986-1990 fue de estancamiento y de algunos retrocesos; a partir de
1991 comenzó el Período especial y desde 1994 hasta 2014 ha tenido lugar una
lenta recuperación y un lento crecimiento, con muchas altas y bajas, pero no
una dinámica que se pueda calificar de crecimiento y desarrollo
sostenido. (Ver, entre otros, el trabajo de Miguel Figueras titulado “Cambios estructurales para desarrollar
la economía cubana” que encabeza el libro Economía cubana:
transformaciones y desafíos, de la Editorial de Ciencias Sociales, 2014.)
Los crecimientos logrados en el período 1970-1985 se produjeron
indudablemente, en primer lugar, por los excepcionales precios resbalantes para
nuestros principales productos de exportación (azúcar, níquel y cítricos),
acordados con la URSS y con otros países del CAME, indizados con el crecimiento
de los precios promedio en el mercado mundial en los cinco años anteriores (precios
CAME) del petróleo y de una canasta de algunos otros productos de importación.
Ello se suma a los altos niveles de créditos a bajas tasas de interés recibidos
de estos países. Pero no dejó de contribuir a ello la mayor eficiencia interna
con que trabajó el país en ese período.
En esos quince años el crecimiento fue sostenido: el de los primeros
cinco permitió recuperar, en general, los niveles máximos de producción y
eficiencia que se habían alcanzado anteriormente, perdidos en el quinquenio
1966-1970. En el decenio 1976-1985 continuó sostenidamente el crecimiento en
los principales indicadores económicos calculados a precios constantes de 1981,
incluyendo los que medían la eficiencia con que se estaba trabajando. La
productividad neta del trabajo creció ininterrumpidamente en el decenio
1976-1985 (menos en 1980 por la roya de la caña y el moho azul del tabaco), a
un ritmo promedio anual de más de 4% y en el quinquenio 1981-85 lo hizo a más
de 6%. A cuenta de la productividad se obtuvo más de 60% del incremento del
Ingreso Nacional y en 7 de los 10 años del período la correlación entre el
crecimiento de la productividad y del salario medio fue positiva. El
coeficiente del consumo productivo respecto al Ingreso Nacional se redujo de
0,97 en 1975 a 0,90 en 1985.
En ese último decenio del período mencionado, las exportaciones —
medidas a precios constantes— crecieron en 4,5% anual y fueron, en 1985, 60%
superiores a las de 1975, mientras las importaciones crecieron a un ritmo de
2,5% anual y en 1985 eran solo 27% mayores que las de 1975. En el quinquenio
1981-85 las exportaciones en términos físicos crecieron cuatro veces más que
las importaciones.
En el esfuerzo de esos años por aumentar las ventas al exterior se logró
que los rubros de exportación, que al inicio del período eran los
históricamente estáticos que sumaban solo unos 60, fueran aumentando de año en
año, y en 1985 llegaran a 150. La venta de los nuevos renglones en ese año,
solo en el área capitalista, ya significó ingresos por 150 millones de dólares.
(Fuente: “Balances de la Economía Nacional 1975-1984” del CEE, noviembre de
1985 y Anuario Estadístico 1985, del CEE.)
No obstante, el incremento de los precios corrientes de importación del
área socialista no vinculados a la indización, las relaciones de intercambio
desfavorables en el comercio con el área capitalista, el extraordinario
incremento de las tasas de interés en esa área, el recrudecimiento del bloqueo
por nuestra participación en la guerra de Angola, así como determinadas
decisiones de política económica no siempre acertadas y errores en la
planificación que conducían a importar más de lo debido, anulaban en gran parte
los avances que, en términos físicos, se estaban teniendo tanto en la
producción como en la eficiencia, y la balanza comercial y de pagos a precios
corrientes se manifestó desfavorable en varios de esos años. Pero ello no
impidió el crecimiento y desarrollo alcanzados finalmente en la etapa 1970-1985
al que se hizo referencia.
Coincidencias históricas
Al llegar a este punto de nuestro recuento y valoraciones no podemos
dejar de señalar coincidencias históricas en nuestro proceso que no somos
capaces de explicar en estos momentos pero que, por resultar sumamente
interesantes y tal vez paradójicas, ameritan el análisis de nuestros
científicos en ciencias sociales. Como se ha visto, el período 1970-1985 en el
que, según criterios bastante generalizados, predominó el pensamiento ortodoxo
y dogmático, ha sido el único de crecimiento y desarrollo económico en los 55
años de nuestro proceso, mientras que el quinquenio inmediato anterior de
1966-1970 en que predominó el pensamiento heterodoxo, fue de retroceso y
atrasos en nuestra economía. El quinquenio inmediato posterior (1986-1990), en
el que reapareció y se reanimó el pensamiento heterodoxo y crítico, de nuevo
fue un período de retrocesos en la actividad económica. Convendría un examen
multifactorial profundo de esta paradoja para llegar a conclusiones
fundamentadas que la expliquen.
Asimismo a la hora de valorar los años 70, además de las
transformaciones y los elementos de juicio que se han recordado y explicado
hasta aquí, se hace necesario tener en cuenta la importancia para la vida y el
desarrollo del país que tuvieron y han mantenido otros asuntos trascendentales
tales como la discusión y aprobación en referéndum de la primera Constitución
de nuestro Estado socialista en 1976, que se mantiene vigente con las
modificaciones realizadas en 1978, 1992 y 2002; la aprobación de la Plataforma
Programática a la que Fidel calificó como la nueva bandera de lucha y guía de
acción futura a enarbolar en aquellos momentos en sustitución del Programa del
Moncada que se consideraba cumplido; la aprobación y ejecución del primero y
segundo planes quinquenales de la Revolución; el comienzo de la elaboración, a
partir de octubre de 1978, del primer plan a largo plazo a 15 años (denominado
“Estrategia de desarrollo hasta el año 2000”) y las otras tesis y resoluciones
que, aunque con insuficiencias, lastres y lagunas, trazaban políticas y directivas
para todas las demás actividades de la sociedad aparte de las relacionadas con
el Partido, el Estado y la economía.
Es de destacar, adicionalmente, en la práctica transformadora de esa
década, la hazaña organizativa de haber logrado en solo año (1976) — después de
un meticuloso período de preparación y creación de condiciones y a través de la
ejecución rigurosa de un cronograma de 152 tareas nacionales con tiempos de
cumplimiento predeterminados para cada una y eslabonadas entre sí como
antecedentes y consecuentes unas de otras por el método de ruta crítica —
ejecutar simultáneamente las complejas tareas de la aprobación de la
Constitución mediante un referéndum, la aplicación de la Nueva División
Político Administrativa y, en correspondencia con ella, la elección y
organización de los OPP, el traspaso a estos órganos de todas las empresas y
actividades que debían administrar, la reestructuración de todo el sistema
empresarial del país y de las estructuras del Partido, del gobierno y de las
organizaciones de masas en todos los niveles, con los consiguientes traslados
de recursos, cuadros y personal y, asimismo, la preparación de un plan
económico elaborado por las empresas y demás entidades de la vieja estructura a
sustituir, para ser ejecutado por las correspondientes a la nueva a partir de
enero de 1977, sin que esta revolución y convulsión estructural y
administrativa integral del país provocara trastornos de importancia en la
continuidad de la marcha de las múltiples y diversas actividades.
Epílogo
Nunca antes, hasta los años 70, con sus transformaciones y acuerdos
puestos en práctica en particular a partir del Primer Congreso del Partido, se
logró una cobertura tan completa de líneas de acción definidas para todas las
esferas de la vida económica, política y social del país, aunque algunas
estuviesen salpicadas aún de dogmatismo: líneas apoyadas a la vez en
organismos, organizaciones y procedimientos institucionales que trataban de
“estructurar con la masa la conexión más adecuada de un conjunto de escalones,
canales, represas y aparatos bien aceitados”, como pedía el Che en su carta a
Carlos Quijano de marzo de 1965 y que permitieran marchar hacia el socialismo
en un intento de identificación entre el Gobierno y la comunidad, no alcanzada
hasta ese momento, con participación democrática institucionalizada,
sistemática y descentralizada de la población en todas las decisiones más
importantes del país y en las que debían responder en el día a día a sus
necesidades más perentorias.
No creo que puedan caber dudas de que el proceso de institucionalización
administrativa, estatal, política y económica desarrollado en esos años del
siglo XX, alrededor del Primer Congreso del Partido, representó un salto de
calidad en el quehacer de la Revolución y que, apoyado en condiciones externas
relativa y parcialmente favorables, produjo efectos positivos en diversos
aspectos de la vida social y económica del país, a pesar de errores cometidos y
daños producidos en determinadas esferas.
A pesar de los errores; de las desviaciones en la aplicación de algunos
de sus elementos; del olvido e incumplimiento de varios de sus propósitos y
objetivos; del envejecimiento, deterioro y desactualización de muchos de sus
componentes por el paso del tiempo y por los drásticos cambios del contexto
externo, a partir de comienzos de los años 90, derivados del derrumbe del
sistema económico internacional del cual Cuba formaba parte; de las tremendas
conmociones y dificultades críticas del subsiguiente Período especial del que
apenas nos estamos recuperando; y de otras múltiples vicisitudes acontecidas,
muchos de los elementos institucionales establecidos en la década de los 70 e
importantes postulados y acuerdos fundamentales del Primer Congreso en 1975 han
trascendido a través de los años y hoy permanecen vigentes, como son los casos
de la DPA, los OPP y la Constitución de la República, aunque, sobre todo los
dos últimos, reclaman modificaciones, cambios, perfeccionamiento y
actualización.
Por otro lado, lo acordado y establecido en aquellos momentos acerca del
funcionamiento del Partido y de la separación entre este y el Estado vuelve a
ser objetivo ratificado y renovado actualmente y exige también soltar lastres
aún presentes y experimentar cambios y actualización. Asimismo, varios de los
componentes principales que formaban parte del SDPE y de su proceso de
aplicación, como hemos visto más arriba, han sido recogidos, actualizados,
desarrollados y ampliados en los Lineamientos acordados por el VI Congreso del
Partido y se manejan en estos momentos en la dirección y gestión de la
economía.
Todo lo expuesto y razonado hasta aquí nos afirma en la valoración sobre
los años 70 del siglo pasado y sobre el Primer Congreso que manifestamos en la
introducción de este artículo y de ello se desprende también la consideración
de que no se trata de un decenio perdido, y mucho menos negativo, en el que
imperó el dogmatismo más rampante, sino de un decenio en lo fundamental creador
y trascendente como ningún otro en la historia de nuestro proceso revolucionario
desde 1961 hasta la fecha.
Actualmente, gracias a su lucha, firmeza, resistencia y obra
internacionalista, la situación de Cuba en la arena internacional es mejor que
nunca, las expectativas dentro de los procesos de integración de América Latina
y el Caribe son más esperanzadoras que en cualquier otra ocasión anterior y el
restablecimiento de relaciones con los Estados Unidos y las perspectivas de
avanzar en su normalización abren un camino de riesgos de nuevo tipo, pero
también de posibilidades, principalmente económicas, que hay que tratar de
aprovechar avanzando internamente en la aplicación de los Lineamientos y
creando las estructuras y mecanismos complementarios de encaje y asimilación
que permitan extraer con eficiencia y audacia realista las ventajas de la nueva
situación creada, neutralizando a la vez las trampas, emboscadas y peligros
ideológicos, políticos y culturales.
El proceso de Actualización del modelo económico que se está
implementando se ha enrumbado correctamente, aunque su marcha se siente y
parece lenta, tal vez por la impaciencia de ver resultados lo más pronto
posible, algunos de los cuales se esperaba estarlos viendo ya. Raúl ha
reiterado la necesidad de avanzar “sin prisa pero sin pausa”, para evitar
improvisaciones que generen “remedios peores que la enfermedad”. Hace casi
cuarenta años, el 19 de diciembre de 1975, el propio Raúl, al referirse a la
ejecución de las tareas que formaban parte del Cronograma aprobado por el
Primer Congreso para dar cumplimiento a sus acuerdos, acuñó la frase “Ni
lentitud de jicotea, ni corre-corre improvisado”. Vemos, pues, cómo a través
del tiempo se enlazan, también en el terreno de las consignas, el presente de
nuestro proceso revolucionario y el Primer Congreso del Partido.
A partir de la experiencia vivida y de lo ocurrido con importantes
acuerdos y orientaciones de los años 70 y del Primer Congreso del Partido se
hace aconsejable estar alertas para evitar que, con respecto a los Lineamientos
y a las medidas para la Actualización del modelo económico, actualmente en
proceso de aplicación, se vayan a producir engavetamientos, abandonos,
tergiversaciones y labor de freno por negligencias, indolencias, falta de
sistematicidad, inercias mentales que se resistan al cambio, como ha advertido
Raúl, o también por falta de convicción en el camino decidido, o por
determinados intereses personales que puedan imprimir un solapado “paso de
jicotea” e intentar el desvío de dicho camino por temor a perder poder y
posiciones.