Jorge Gómez Barata
El
Oriente Medio es un caos. Ya lo era cuando predicaron allí Jesucristo y Mahoma,
luego Europa escenificó las Cruzadas y protagonizó el colonialismo. Aquel
espacio, donde floreció la civilización urbana y se fomentaron los saberes más
profundos es hoy una vasta región atrasada, políticamente primitiva y
destrozada por guerras imperiales, fratricidas, confesionales y oligárquicas.
Allí donde no florece ninguna democracia, la violencia y la intolerancia han
tomado la palabra.
La
región del mundo donde, exceptuando algunos parajes africanos, más dinero y a
más bajo costo se produce, se editan menos libros, se filman y se exhiben pocos
filmes, escasean los teatros y las compañías de ballet (sobre todo femeninas),
el deporte es pobre y casi exclusivamente masculino, apenas se registran
patentes y proporcionalmente, menos jóvenes acceden a las universidades es un
caótico campo de batalla.
Con
adeptos como los que le han surgido en los últimos 30 años, el Islam no
necesita desafectos y con aliados como las potencias occidentales, los árabes pueden prescindir de sus enemigos.
Ningún adversario los ha desacreditado tanto como aquellos partidarios que han
convertido la fe en herramienta, excepcionalmente letal de la política y el
poder.
La
creación de teocracias donde se aplica de modo extremista la sharia o Ley
Islámica, las sangrientas confrontaciones entre chiitas y sunitas, el asesino
desempeño del llamado Estado Islámico y otras decenas de entidades yihadista,
se suman a una multitud de actos de terrorismo y barbarie que conllevan un
repudio al cual ninguna ideología puede sobrevivir.
A
ello se suma ahora “Tormenta Decisiva”, una operación militar en gran escala
contra Yemen iniciada el pasado 25 de marzo, liderada por Arabia Saudita y que
involucra a los emiratos y sultanatos del golfo, y se realiza mediante
bombardeos masivos sobre blancos ubicados en áreas densamente pobladas, lo que
ocasiona abundantes víctimas entre la población civil.
La
operación de tiempo ilimitado y propósitos imprecisos, cuenta con la anuencia
de los Estados Unidos y es festejada por Israel, beneficiario de la división y
la confrontación entre árabes y el debilitamiento del Islam que,
inevitablemente perderá adeptos entre los sectores ilustrados no sólo en
occidente sino en las sociedades árabes y africanas y entre las personas de
todas las condiciones que asumen la fe en su dimensión humanista y piadosa.
Yemen,
en la antigüedad conocida como “La Arabia Feliz”, es el más atormentado de los
países árabes. Nacido de la reunificación de dos repúblicas, que suman más de
20 millones habitantes, casi todos musulmanes, divididos en chiitas y sunitas,
con un cincuenta por ciento de analfabetos y donde se cultiva menos del 4 por
ciento de la tierra y prácticamente no existe el ferrocarril, es el más pobre,
inestable y el menos gobernable todos los países árabes.
En
los últimos tiempos, Yemen ha sido convertido en un santuario terrorista donde
Al Qaeda, el Estado Islámico y otras organizaciones terroristas han creado
bases, reclutan levas que operan en Siria, Irak y muchos países, es ahora
blanco de los ataques aéreos masivos de una coalición que dice operar contra
esas fuerzas.
La
pregunta del momento es: ¿Puede el pueblo yemenita soportar la situación
presente? ¿Qué vendrá después? ¿Puede Arabia Saudita ser una opción liberadora?
¿Pueden las bombas servir al progreso?
Shelila,
una colega árabe de impresionante cultura, personalidad y militancia, con la
cual conversé al respecto fue lapidaria: “Dios ampare a los yemenitas e ilumine
al Islam”. Mirando al mar, continuó desgranando entre sus finos dedos el
rosario islámico de 99 cuentas mientras musitaba cada uno de los 99 nombres de
Alá… Allá nos vemos le dije.
La
Habana, 02 de abril de 2015
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