Patricio Montesinos - 16 marzo, 2015
Lejos de conseguir con el
“Garrote y la Zanahoria” sus objetivos de dominación en América Latina y hacer
ver al mismo tiempo que “Washington es el Dios Redentor”, Estados Unidos puede
salir vilipendiado y con la cabeza baja entre los hombros de la Cumbre de las
Américas de Panamá, en abril venidero.
Analistas políticos ya
auguran que si la administración norteamericana del presidente Barack Obama no
varía su posición hostil hacia la Patria Grande, la reunión de Panamá,
auspiciada por la Organización de Estados Americanos (OEA), pasará a la
historia como la “Cumbre de la discordia”, y del sepelio definitivo de esa
vieja y controvertida institución “Made in USA”.
El presidente de Bolivia, Evo
Morales, adelantó que antes del referido cónclave Obama debe pedir perdón a
Venezuela por sus recientes peligrosas amenazas contra la patria de Hugo Chávez
y el gobierno del mandatario Nicolás Maduro.
Morales demandó a su vez al
actual inquilino de la Casa Blanca que debe levantar el fracasado e ilegal
bloqueo que impone a Cuba desde hace más de cinco décadas, previo al encuentro
cimero de la OEA.
El líder boliviano también
llamó al Pentágono a retirar las bases militares que mantiene en países
latinoamericanos como Perú, y Colombia, y otros centroamericanos, y que constituyen
un riesgo para la paz regional.
Por su parte, la Unión de
Naciones del Sur (UNASUR), en su encuentro extraordinario de Cancilleres
celebrado este sábado en Quito, Ecuador, solicitó a Estados Unidos derogar el
Decreto expedido por Obama, en el cual consideró el caso de Venezuela como una
“amenaza extraordinaria e inusual” a su seguridad nacional.
Esa determinación del jefe de
la Casa Blanca ha desatado una ola de repudio en el mundo, en general, y en la
Patria Grande, en particular, que puede llegar a transformarse en un verdadero
tsunami para la Cumbre de Panamá, y especialmente para la delegación
norteamericana.
Escasas opciones tiene
Washington para atemperar los ánimos de la mayoría de los gobiernos de América
Latina, y especialmente de los progresistas, que han calificado el Decreto de
Obama contra Venezuela como una intimidación de guerra, y una desfachatada
injerencia en los asuntos de la región.
A la administración
norteamericana le queda poco menos de un mes para adoptar otra postura, y dejar
de presionar a alguno que otro ejecutivo débil, con la pretensión de que Obama
no sea vapuleado en el cónclave panameño.
O Washington se retracta de
su conducta agresiva, o la Cumbre de las Américas puede irse ¡al carajo!, como
diría Chávez, al igual que la OEA, a cuyo velorio estamos asistiendo ya desde
hace algún tiempo.