Ollantay Itzamná
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Estos tres países, cultural y
demográficamente diferentes, con 194 años de vida republicana (sin
independencia alguna), viven casi la misma coyuntura sociopolítica que hunde
sus raíces en males estructurales de antaño compartidos.
Países con sociedades poco o
nada integradas. Donde cohabitan pueblos culturalmente diferentes sin
encontrarse entre sí. Sin mayor identidad nacional (más allá de las emotivas
fiestas patrias), sin mayor tradición de derechos consolidados. Con agobiantes
desigualdades sociales, donde las grandes mayorías ni tardíamente accedieron a
la modernidad.
Eso sí: con un acumulado y
recargado sistema neoliberal que despoja y expulsa poblaciones enteras de sus
territorios, dejando tras de sí, no sólo pasivos/destrozos ambientales, sino
descontento social creciente y crepitantes ejércitos de empobrecidos. Con un
estridente coro mediático (que cobra más por lo que calla que por lo que dice)
que intenta aislar a dichas poblaciones de los “perversos vientos”
antihegemónicos del Sur.
En estos países, las élites
gobernantes hicieron de la corrupción una regla general en la administración
pública, y la honradez, una honrosa excepción. La defensa de derechos es un
peligroso atrevimiento castigado con el encierro o entierro. En Guatemala y
Honduras, abogados y periodistas veraces están conminados a andar con el
testamento bajo el brazo, y confesados.
Desde hace algunas semanas
atrás, desde Arequipa (Perú), Tegucigalpa (Honduras) y Guatemala ciudad,
indignados rurales y urbanos sacuden a sus gobernantes repudiándolos por
“corruptos” y “serviles a las corporaciones extranjeras”.
En el caso peruano,
específicamente en el conflicto socioambiental activado por la empresa
cuprífera mexicana, en Islay (Arequipa), ya fueron asesinados seis personas
(cinco campesinos y un agente policial). Pero, la resistencia y el repudio al
gobierno de Ollanta Humala, lejos de desactivarse, crece. Al límite que el ex
militar gobernante no puede ingresar a los territorios en conflicto.
En el caso de Guatemala, en
las últimas semanas, el descubrimiento de la banda criminal La Línea que
operaba desde el corazón político del Estado (Sistema de Superintendencia
Tributaria), dirigido nada menos que por el prófugo secretario privado de la
Vicepresidenta obligó a ésta a renunciar (por presión de la Embajada de los
EEUU y la protesta social), y, ahora, la ciudadanía movilizada in crecendo
exige la renuncia del gobernante ex militar Otto Pérez Molina. Ampliándose
dicha demanda espontánea a: “Que se vayan todos”.
Honduras, vive situación
similar. Luego que la prensa crítica mostrara evidencias documentadas sobre el
financiamiento que habría recibido el actual partido político en función de
gobierno para ganar las elecciones pasadas, nada menos que de los millonarios
fondos desviados del Instituto Hondureño de Seguridad Social, la población
también toma las calles exigiendo la renuncia del Presidente Juan Orlando Hernández,
quién aún no pudo limpiarle el rostro a la clase política golpista.
No se sabe a ciencia cierta
sobre la configuración de los escenarios sociopolíticos a corto plazo. Pero, lo
cierto es que, sectores sociales de estos tres países comenzaron a perder el
miedo instaurado o instalado en las estructuras psicológicas (individuales y
colectivas) durante la guerra antisubversiva de baja o alta intensidad del
siglo pasado.
En el caso peruano, antes de
las movilizaciones nativas en la Amazonía, en 2010, en contra de proyectos
petroleros, y de la permanente resistencia de indígenas quechuas en Cajamarca
(contra la mina Conga), en los últimos años, el sistema extractivista
corporativo operaba sin mayor resistencia visible. Ahora, se suma la
resistencia social en Islay.
En Honduras, la incomodidad
emotiva se activó en los sectores populares con el Golpe de Estado, junio del
2009. Pero, aquella emoción compartida que articuló al Frente Nacional de
Resistencia Popular fue desactivada/disciplinada por políticos de tradición
liberal, ahora, aglutinados en el partido político Libertad y Refundación,
Libre (segunda fuerza electoral). Y esta fuerza electoral, con su base social
casi inactiva, quien exige la renuncia del actual gobernante deficitario de
popularidad.
En Guatemala, los Acuerdos de
Paz (1996) desmovilizó a los movimientos sociales y los convirtió en ONGs. Así
el sistema neoliberal se impuso sin mayor resistencia, aunque las comunidades
indígenas y campesinas nunca se resignaron ante el triunfo neoliberal. Pero,
los casos de corrupción en la recaudación tributaria, al parecer, colmó la
paciencia de citadinos y rurales.
En ninguno de estos tres
países existe un dirigente o una ideología definida que esté detrás de las
movilizaciones crecientes. Son vecinos rurales o urbanos que se movilizan
aglutinados alrededor de intereses comunes, o al sentir que un “enemigo
interno” compartido les roba.
Estos movimientos
destituyentes no pasan aún de exigir la renuncia de sus gobernantes corruptos
que en otros tiempos los eligieron. Aún no se vislumbran propuestas
constituyentes sólidas. El sujeto colectivo movilizado es aún muy amorfo,
aglutinado por emociones o sentimientos compartidos que por propuestas
concertadas.
El rechazo a la neoliberal
democracia representativa excluyente y corrupta es evidente. Como evidente es
el rechazo al sistema económico neoliberal de la muerte que despoja a los
pueblos. Pero, de allí no se puede concluir que el problema es sólo el sistema
político (electoral), ni tampoco sólo el sistema económico neoliberal.
En estos y otros países con
estados corroídos y privatizados el asunto es estatal y societal. Los estados
nacionales, inexistentes para amplios sectores de las poblaciones, han
colapsado como entidades garantes de derechos y libertades. Las sociedades, por
el individualismo metodológico neoliberal, se han desintegrado, incluso en lo
poco que habían avanzado. Por tanto, urge procesos amplios e incluyentes para
articular nuevos consensos sociopolíticos, y así emprender el inevitable camino
de la construcción de nuevos estados y nuevas sociedades, sin repetir los
pecados capitales tradicionales: racismos, clasismos, machismos, especismos,
etc., que postergaron a las grandes mayorías en la miseria/exclusión.