Jorge Gómez Barata
Admitámoslo: Estados Unidos, nuestro vecino y según ha
proclamado recientemente John Kerry, presunto ex adversario, ha desempeñado un
papel central en la historia de Cuba. Ellos diseñaron el estado y las
instituciones de la Republica y fomentaron su modelo económico. No hay manera
de lavarse las manos. También comparten responsabilidad por el fracaso.
El desembarco de Estados Unidos en Cuba en 1898 fue
unilateral. Los jefes del Ejercito Libertador no intervinieron en esa decisión.
No obstante, colaboraron con las tropas norteamericanas, y participaron en la
administración instalada en la Isla. Los cuatro años de ocupación
transcurrieron en razonable armonía.
Por órdenes del gobernador y bajo su supervisión se
efectuaron elecciones municipales y para la Asamblea Constituyente y se redactó
la Constitución, exactamente la que Estados Unidos quiso. Las cosas marchaban
relativamente bien y parecía que a las puertas del siglo XX, en una isla
bendecida por la naturaleza, con una
magnifica élite de patricios y un pueblo humilde y bueno, florecería la
democracia y el bienestar.
La madre de todas las contradicciones surgió cuando
inesperadamente, sin argumentos ni razones, Estados Unidos concibió e impuso la
Enmienda Platt, que envenenó las relaciones de la potencia con Cuba y sus
elites avanzadas a lo largo de los 56 años de existencia de la primera
república y todavía hoy proyecta su nefasta sombra.
Para colmo de las inconsecuencias, la Enmienda fue utilizada
no sólo para limitar la soberanía de Cuba, sino que se apeló a ella para
involucrarse en la política doméstica. En 1906, cuatro años después de instada la
República, su primer presidente, un general mambí electo bajo la ocupación,
protagonizó un conato electoral, y ante la reacción en su contra, llamó a los
americanos, que de modo insólito protagonizaron la segunda intervención.
En presidente McKinley envió a Cuba, en calidad de
“gobernador provisional”, nada menos que a su secretario de guerra, William
Taft. En 1912, con motivo de otro conflicto interno, siendo presidente, el
propio Taft, envió a los acorazados.
Al amparo de tal estado de cosas la República se convirtió en
una caricatura, donde un diseño de estado y de sistema político idéntico al de
Estados Unidos funcionaba sobre la base de las prácticas típicas de las
repúblicas bananeras, convirtiéndose no en la democracia legítima y próspera que
pudo ser, sino en un paraíso no solo para los capitales norteamericanos, sino
también para las mafias y los politiqueros vernáculos.
En ese período decisivo, Estados Unidos no hizo nada para
influir positivamente en Cuba, y entronizar, en la sociedad que emergía del
colonialismo y la ocupación por sus tropas, las prácticas democráticas y la
eficiencia administrativa y económica que lo caracterizan. Todo lo contrario.
Cien años después de haber debutado en América Latina, aparecieron en Cuba los
dictadores, primero Gerardo Machado, y
luego Fulgencio Batista.
No obstante, no solo es de sombras esa historia, en la que
también hubo luces y éxitos económicos, productivos, y culturales relevantes
que forman parte de nuestra historia. En aquellos cincuenta años se forjó la
conciencia nacional, se desarrollaron las clases populares, creció una
intelectualidad comprometida con el país, y aparecieron los líderes y las
organizaciones, cuya predica y acción abrirían caminos.
Respecto a Estados Unidos se creó una relación pueblo a
pueblo que ha sobrevivido a todos los avatares.
El saldo general convirtió en indefendible a la república
cubana. La Revolución respondió al golpe de estado de Batista en 1952, a la
espeluznante situación económica que afectaba a las grandes masas del país, y a
la oprobiosa dictadura, evidenciando el colapso del modelo político que
diseñaron y prohijaron los Estados Unidos.
El fracaso de la República cubana que por culpa de la
Enmienda Platt nació torcida, no es sólo
de los cubanos, sino también, los Estados Unidos. Se trata de una historia que
está por escribir. Tal vez la tan deseada normalización ayude a colocar cada
pieza en su lugar. Luego les cuento más. Allá nos vemos.
La Habana, 16 de agosto de 2015