La rosa
socialdemócrata europea, flácida. Tomada de internet
EL PERIÓDICO / BARCELONA
SÁBADO, 10 DE DICIEMBRE DEL 2016 - 22:44 CET
Información elaborada por Rossend Domènech (Roma), Begoña Arce
(Londres), Juan Ruíz Sierra (Madrid), Carles Planas Bou (Berlín) y Eva Cantón
(París).
ITALIA
Si se exceptúan los
movimientos y grupúsculos minoritarios extremistas sin representación parlamentaria,
en Italia hay al menos tres ofertas políticas de izquierda.
Sin embargo, ninguna de las tres formaciones ha conseguido interceptar el malestar
social creciente desde que despuntó la globalización económica y
la crisis de los últimos 10 años, con las
consecuentes desigualdades y exclusión de clases sociales casi
enteras.
Huérfanos del partido que
tradicionalmente se ocupaba de las clases bajas y de los excluidos, los votos
de estos desilusionados y a veces literalmente cabreados han sido interceptados
por la antieuropea Liga del Norte -"todos los males de los italianos
proceden de la UE"- y, sobre todo, por el Movimiento 5
Estrellas (M5S) -“todos los males proceden del 'establishment'”-.
A partir de 1989, poco antes
de la caída del Muro de Berlín , el Partido Comunista Italiano (PCI) se
disolvió y se transformó con los años, primero en el Partido Demócrata de
la Izquierda (PDS), luego en Demócratas de Izquierdas (DS), por un breve período
se llamaron Los Demócratas y, finalmente, adoptaron el actual, Partido
Demócrata (PD). Cada transformación constituyó un paso en la búsqueda de una
nueva identidad después del marxismo, que aún no ha encontrado. La causa
principal es la división de los líderes entre permanecer en una posición que
sea de izquierdas, al estilo de lo que fue Izquierda Unida, o desplazarse hacia
una socialdemocracia, un poco al estilo alemán. Entre unos y otros, navegan los
que consideran posible permanecer anclados en una visión izquierdista con una
apertura hacia la modernidad contemporánea y sin reñir con el capitalismo. Es
el mayor grupo, que se identifica en el Partido Demócrata (PD),
del que es secretario Matteo Renzi.
Los primeros se reúnen en el
partido Sinistra e Libertà (Izquierda y Libertad), los segundos en el Partido
Demócrata y los terceros constituyen una minoría colocada dentro del PD,
formación que en las últimas europeas alcanzó el 40,8% del electorado.
La tentativa del joven Matteo
Renzi ha representado el paso adelante más avanzado de aquella izquierda
en busca de una nueva identidad: no cuestiona el sistema, ofrece formas de
solidaridad pública que no son beneficencia, ha arañado débilmente las rentas
financieras y, sobre todo, ha presionado a Europa no sólo para que abandone las
políticas de austeridad que han aumentado las desigualdades sino también para
recuperar los valores fundacionales de cohesión que tenía la Unión.
REINO UNIDO
En el Reino Unido, el Partido
Laborista está en peligro de extinción. La formación
tradicional de la izquierda británica no solo es incapaz de ganar
unas elecciones y gobernar el país, con un líder como Jeremy Corbyn. El problema del laborismo son
también sus estructuras, basadas en el poder de los sindicatos y una idea
obsoleta de la clase trabajadora y la cohesión social. Sus principios del
siglo XX no responden a los desafíos de la globalización, los trabajos
temporales, los cada vez más numerosos trabajadores autónomos y la
fragmentación política y social de una nueva era.
El laborismo resiste aún
en grandes ciudades cosmopolitas como Londres, Manchester, Bristol o Leeds,
pero se hunde en el sur y el este de Inglaterra y ha desaparecido prácticamente
en Escocia, uno de sus feudos hasta no hace tanto. El seísmo político del
reciente referéndum sobre Europa ha puesto en evidencia el peligro de que el UKIP devore
al laborismo. En algunas de las localidades del norte, empobrecidas desde hace
décadas por el desmantelamiento de fábricas del textil y la industria del
acero, los antiguos electores laboristas han votado masivamente (64%) por el
‘brexit’. La explotación del miedo a la inmigración y
condena a la mundialización, como pérdida de identidad y empleo, ha funcionado
muy bien para los populistas eurófobos.
El nuevo líder del UKIP, Paul
Nuttall, ha dejado claro que quiere “reemplazar al Partido Laborista y
hacer del UKIP la voz patriótica de los trabajadores”. De la socialdemocracia y
aquel “nuevo laborismo” de Tony Blair, no queda
prácticamente nada en el Reino Unido de hoy. Esas fuerzas de centro
izquierda comienzan a pensar en algún tipo de estrategia electoral
y una posible alianza progresista, que incluiría a liberales, verdes
y laboristas moderados.
ALEMANIA
El Partido Socialdemócrata (SPD) de Alemania ha
ocupado una posición central en la política desde 1945 pero eso no ha evitado
que sucumba a la decadencia de la izquierda tradicional que
se está escenificando en toda Europa y que se convierta en un partido cada vez
menos influyente. En el caso alemán, ese declive no se entiende sin la Agenda
2010, un paquete de reformas impulsado en 2003 por el entonces canciller Gerhard
Schröder que supuso un duro golpe al sistema del bienestar germano y
evidenció la claudicación roja a las políticas neoliberales. Entre sus medidas
incluía recortes en las pensiones y en el sistema
sanitario, el retraso de la edad de jubilación, una fuerte bajada de impuestos y
la creación de los controvertidos 'minijobs', puntos inaceptables para la
izquierda alternativa.
Schröder hizo el juego
sucio a los conservadores y Angela Merkel le arrebató un poder
central en el que aún se mantiene. El SPD se alió con la Unión
Demócrata Cristiana (CDU) para seguir en el Gobierno pero la
coalición, su supuesta némesis política, les pasó factura y del 2005 al
2009 pasaron de un 34,3% de los votos a un paupérrimo 23%. El partido nunca se
ha recuperado electoralmente de ese golpe y, tras seguir pactando con los
conservadores, la izquierda alternativa -poscomunistas (Die Linke) y verdes
(Die Grünen)- se le ha comido terreno.
Ahora, su pérdida ya no
se entiende solo con el eje izquierda-derecha sino dentro-fuera. El SPD es
visto como un partido del 'establishment' alejado de los más vulnerables y
afectados por la globalización, en el este, y en el caso alemán también se
ven como perdedores de la reunificación. Eso ha llevado a que parte de sus
votantes tradicionales (obreros, desempleados y pensionistas) se hayan lanzado
a los brazos del populismo xenófobo de Alternativa por
Alemania (AfD). “El desprecio a esos votantes es un error estratégico. El
SPD corre el riesgo de convertirse en el ala izquierda de la CDU”, alerta el
asesor político Franco Delle Donne.
ESPAÑA
El PSOE, entre otras
cosas, es un campo de batalla. Buena parte de las bases
socialistas están enfrentadas a sus dirigentes, y estos, a su vez, se dividen entre los defensores de
la traumática abstención para dejar gobernar a la derecha, que son quienes
ostentan el poder tras los enfrentamientos que provocaron la dimisión de Pedro
Sánchez, y los partidarios de haber mantenido el voto en contra y acudir
a terceras elecciones. El apoyo a los socialistas, mientras
tanto, se sitúa en mínimos históricos.
Los 110 diputados que
logró en el 2011 parecían el mínimo que podía conseguir el partido, muy
castigado entonces por la gestión de la crisis, pero después llegaron los 90
escaños en diciembre del 2015, y más tarde los 85 de junio de este año. Lo que
se interpretaba como el suelo electoral ha pasado a convertirse en
el techo.
Las últimas encuestas inciden
en esta tendencia, pero la gestora que pilota el partido señala
que no tienen excesiva importancia. “Falta mucho para las próximas generales”,
explican en la dirección provisional, que en los próximos meses renovará
el proyecto (todavía no han lanzado ninguna idea novedosa) y solo después,
en mayo o junio, convocará las primarias para elegir al secretario general.
Las miradas se dirigen a
la andaluza Susana Díaz para ocupar ese puesto, pero no porque la
mayoría de los mandos socialistas consideren que es la persona idónea para
recuperar el voto joven y urbano que se ha desplazado a Podemos, sino
porque, al menos de momento, no ven a nadie más capaz para este
desafío.
FRANCIA
Si los sondeos aciertan,
las presidenciales del 2017 podrían levantar el acta de defunción de
la izquierda francesa. El Partido Socialista ha
ido encajando una derrota electoral tras otra desde que llegó al Elíseo en el
2012. Ha perdido votos en las municipales, europeas, departamentales,
regionales y legislativas parciales, y ha perdido la mayoría en el Senado. La hemorragia se
amplía al terreno de la militancia. Según ‘Le Canard Enchaîné’, tenía
280.000 militantes en el 2006 y ahora solo cuenta con 120.000. En
Solferino, la sede parisina del partido, habita el fantasma del Pasok griego,
condenado a la irrelevancia por aplicar una inédita cura de austeridad.
Es cierto que François
Hollande no ha llevado los recortes tan lejos (unos 40.000 millones de euros,
frente a los 100.000 que ha anunciado la derecha si gana) ni ha tocado la sanidad ni
la educación, pero el paro no baja, la economía no remonta y los pobres no
salen del agujero. La decepción se ha apoderado de los electores progresistas,
una minoría en un país cada vez más conservador.
A un contexto adverso para la socialdemocracia,
se suma la persistente atracción de la izquierda por la división
interna. La multiplicación de candidatos a la presidencia de la República
dispersará el voto y pulverizará al PS en la primera vuelta electoral,
beneficiando a la ultraderechista Marine Le Pen, que le disputará el Elíseo al
católico líder de ‘Los Republicanos’, François Fillon. Si el exprimer ministro
Manuel Valls logra imponer su línea reformista lo hará seguramente como miembro
de la oposición.
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