Andrés Gómez *
La Habana, 21
de marzo de 2016.- Es
cierto que es muy difícil sustraerse del hecho histórico en sí, de la emoción
patriótica de ser testigo presencial de la visita a Cuba, a La Habana, del
presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
La emoción sentida de ver al presidente de Estados Unidos comenzar su
visita oficial en el monumento a José Martí, rodeados todos nosotros de
símbolos fundamentales de la Patria: nuestra bandera, nuestro Martí, nuestro
himno, nuestros soldados -- la Guardia de Honor del Estado Mayor de las Fuerzas
Armadas--, nuestros máximos dirigentes del Gobierno de la República, y a pesar
de estar encapotado, de nuestro cielo.
Se sabe que esta es la
segunda visita a Cuba de un presidente estadounidense en funciones, el primero
fue la del presidente Calvin Coolidge en enero de 1929, con motivo de la
reunión de la Unión Panamericana que se
celebrara entonces en La Habana.
Aunque, esta es la primera
visita de un presidente estadounidense a una Cuba plenamente libre, soberana y
revolucionaria. Aquella visita, la del
1929, fue hecha a una nación lastrada en
su dignidad y soberanía por la humillación de la aún muy vigente Enmienda
Platt. Esta visita, la del 2016, la hace
el presidente estadounidense a una Cuba plenamente libre y soberana. Dueña absoluta de su presente y de su destino.
De estas verdades históricas
se desprende hoy esa profunda sentida emoción patriótica. Porque no hay dudas que la visita del
presidente de Estados Unidos hoy a Cuba Libre, a esos símbolos fundamentales de
la Patria a los cuales me referí, es el
reconocimiento del gobierno de Estados Unidos, pudiera ser inclusive a
regañadientes, aunque si así fuese, es a
pesar de todo, el reconocimiento púbico a la victoria del pueblo cubano sobre
las extendidas pretensiones guerreristas de esa gran Potencia de restaurar la
neo colonia en nuestra Patria, que tanta sangre, dolor y sacrificios le ha
costado a este pueblo.
El pasado domingo 20 de marzo
estuve en el grupo de periodistas, nacionales y extranjeros, de los más de
1,800 periodistas, provenientes de 52 países, acreditados para este evento, que
fuera a presenciar la llegada del presidente Obama al aeropuerto internacional
en Rancho Boyeros.
Llegamos unos 45 minutos
antes que llegara el avión presidencial de Estados Unidos. A la distancia, en el horizonte Norte, se
veían grandes y oscuros nublados indicación de inminente tormenta; ya se podía oler la lluvia, parte de un
frente frío, un Norte, como les llamamos en Cuba, el cual acompañaba al dignatario norteño.
A las 4:18 de la tarde, una
hora y 18 minutos después de la hora que mataron a Lola, aterrizaba ante
nosotros el gigante avión presidencial junto con las primeras gotas del
aguacero que comenzaron a caer entonces.
Los periodistas la mayoría de los cuales, subidos en una tarima, no
traíamos capas ni paraguas, ni para ellos ni para sus equipos fotográficos y de
filmación, comenzaron a exclamar frases,
que hacían directas referencias nada gentiles a la Madre de los Tomates,
en diferentes idiomas.
Aquel presidente Coolidge
llegó a La Habana en enero de 1929, a bordo de un tremebundo y amenazador
acorazado, el Texas, a la usanza de los dignatarios estadounidense en visita a
La Habana en la época plattista de la neo colonia. Como reflejo de otros
tiempos Obama llegó en un avión civil, gigantesco, aunque avión civil al fin y
al cabo.
Aunque las ínfulas imperiales
de ese régimen estadounidense aún se mantienen en su funcionamiento y
ropaje. 27 vehículos, todos negros,
menos uno o dos, traídos de allá en su inmensa mayoría, incluyendo dos de los automóviles
presidenciales por cuyo aspecto y funciones le llaman “the Beast”, hasta lo que
supongo ingenuamente que haya sido su ambulancia (sabe Dios lo que realmente
sea) el cual parece un tanque de guerra galáctico.
El presidente Obama, a pesar
de la lluvia que le acompañaba, se mostró sonriente durante su brevísima
estancia en la losa del aeropuerto.
Sonriente, relajado, amable y contento se mostró al día siguiente en su
caminata por la Plaza de la Bandera, la cual rodea al monumento a Martí, en la
Plaza de la Revolución habanera, así como dentro del Palacio de la Revolución,
en el Salón de los Vitrales, cuando junto al presidente cubano Raúl Castro,
también relajado, sonriente, amable y contento, pasaron revista a la Guardia de
Honor, se presentaron los miembros de las delegaciones que los acompañaban en
Palacio y se retiraron a comenzar los
diálogos pertinentes.
Al resto de nosotros aquí en
esta Isla y en el extranjero nos
corresponde también ser cordiales pero firmes. Además, de tampoco ser ni
tontos, ni ingenuos ni genuflexos.
* Director de Areítodigital