Por Dr. Néstor García Iturbe
El día que Fidel llegó a la
Habana un grupo de jóvenes, militantes del Movimiento 26 de Julio, habíamos ocupado
el antiguo Buró de Investigaciones, tétrico lugar, donde muchos de nuestros
compañeros habían sido torturados y algunos de nosotros detenidos, sin que por
suerte nos hubieran encontrado elementos comprometedores, por lo que al
presentarse nuestros padres nos había dejado libre, no sin antes hacernos una
seria advertencia y habernos dado algunos golpes.
Allí estaba, junto a
otros, esperando a Fidel, un joven de 18 años ya curtido por las actividades
revolucionarias, las manifestaciones estudiantiles, las protestas contra
Batista en distintos lugares públicos, la venta de bonos, la distribución de
propaganda y algunas actividades más comprometedoras contra la tiranía.
El paso de Fidel y los
miembros del Ejército Rebelde que lo acompañaban era emocionante, un día de
fiesta para nuestro pueblo, que se libraba de una sangrienta tiranía y cifraba
sus esperanzas en aquellos que hablaban de igualdad, soberanía e independencia.
En aquellos momentos yo era
miembro del Ejecutivo de la Asociación de Estudiantes de la Escuela Profesional
de Comercio de la Habana. Algunos de nuestros compañeros fueron combatientes de
la Sierra, otros, como yo, combatiente en la clandestinidad, otros habían
tenido que ir al exilio. La mayoría de los estudiantes de la Escuela siempre
había estado al lado del Movimiento 26 de Julio, la Juventud Socialista e
inclusive algunos dentro de la Triple A. Realmente,
salvo muy contadas excepciones, el estudiantado de aquel plantel se distinguía
por su actitud en contra de Batista.
Dos o tres semanas después
del triunfo la vida comenzó a normalizarse y como es natural, me reintegré al
trabajo en la firma de Contadores Públicos Manrara y Pérez Daple.
Un buen día llegó a la
Escuela de Comercio un compañero de la Escuela de Comercio de Santiago de Cuba,
que después supe era Joaquín Méndez Cominchez. Estuvimos conversando y
analizando lo que estaba sucediendo en nuestro país y dentro de aquella
conversación tuvimos un desacuerdo. Yo le decía que había que
reintegrarse a la vida normal, pues ya la revolución había triunfado.
Aquel compañero no admitía eso y me repetía una y otra vez. ¡Ahora es que
comienza la revolución, el triunfo todavía no se ha alcanzado. Tenemos que
seguir luchando!
Aquel compañero estaba en lo
cierto. El equivocado era yo, que no me imaginaba lo que realmente
representa una revolución, si es verdadera. En la medida que los
acontecimientos se desarrollaban me acordaba de la discusión con el compañero y
mi ingenuidad política.
Realmente había que
seguir luchando y con el tiempo comencé a darme cuenta de las realidades que
mostraban todo lo contrario de lo que yo pensaba y creía. Me di cuenta
que los que yo consideraba buenos, eran malos y los que ellos decían eran
malos, eran los buenos. Era el producto de la propaganda yanqui que se difundía
en nuestro país cuyo principal propósito era promover el individualismo, el
interés material, dividir al pueblo y garantizar los intereses económicos que
tenían en nuestra patria.
Las ideas de Fidel, su
constante explicar al pueblo las realidades que vivíamos, sus acciones para
defender nuestra independencia y soberanía, me ayudaron a que se me abrieran
los ojos y reconociera la necesidad de seguir luchando para poder decir
que la revolución continuaba su espinoso proceso.
Tengo que reconocer que todo
eso ejerció un importante cambio en mi forma de actuar y de pensar. Dejé la
firma de Contadores Públicos y comencé a trabajar en el Ministerio de
Industrias, donde actué en la nacionalización de varias empresas estadounidenses.
Ingresé en las Milicias de la Escuela Profesional de Comercio de la Habana, una
de las primeras que se organizaron.
Participé en las primeras
movilizaciones de milicias, cuando a duras penas sabía manipular el fusil que
me habían dado, lo cual también le sucedía a todos los que como yo estaban en
aquellas trincheras, esperando la invasión de los Marines. No teníamos un
conocimiento amplio sobre nuestro armamento, pero teníamos la determinación de
lucha que nos había inculcado Fidel y la seguridad de que derrotaríamos al que
se atreviera a pisar nuestro suelo.
Realmente la lucha ha sido
fuerte, en distintas oportunidades el imperio ha tratado de destruir la
Revolución Cubana, pero el ejemplo y la valentía de Fidel y de nuestro pueblo,
que siempre lo apoyó, ha permitido que a pesar de todo, la Revolución siga
adelante.
Hoy Fidel regresa a Oriente.
Ya no tengo 18 años, ahora tengo 76. Hace mucho tiempo que abrí los ojos,
estoy plenamente convencido dónde está la razón y cómo debo defenderla. Mi
pensamiento ha evolucionado y ahora considero que soy una persona distinta a la
que pensaba que la Revolución había triunfado, con una total disposición a la
lucha por nuestra patria, por el socialismo, por nuestros hermanos de América
Latina y otros pueblos del mundo.
Ahora pienso más en el
colectivo , en la sociedad, en el bien para todos. Tengo una fuerte sentimiento
de desconfianza sobre nuestros enemigos y lo que me ofrecen lo miro varias
veces, desde distintos ángulos, para no darles ni la más mínima oportunidad.
Aún tengo defectos que debo
superar, también el cambiar mi forma de pensamiento me ha ayudado a
reconocer esto.
Cómo dije, hoy Fidel regresó
a Oriente, pero antes de irse nos dejó sus ideas, su actitud, su perspectiva, su
espíritu de lucha, su ejemplo. Lo despedí en la calle 23, en la misma
calle que lo recibí, pero el que lo despidió es una persona distinta al que lo
recibió.
GRACIAS FIDEL.
La Habana, 30 de noviembre
2016