Tomado de Contrapunto
- Carlos Santos | Publicado el
20 Marzo 2015
Padre Rutilio
Grande S.J., a la izquierda de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Foto de internet
Uno de los asesinos del padre
Rutilio Grande, confiesa su participación directa en el asesinato; un ex
Guardia Nacional (GN), que falleció en Estados Unidos
Un 12 de marzo de 1977, fue
asesinado el padre jesuita Rutilio Grande García, a la edad de 49 años, en el
sector conocido en la actualidad como "Las tres cruces" en la
carretera que conduce a la ciudad de El Paisnal.
Mientras se conducía en su
automóvil Volkswagen Safari blanco, junto a Manuel Solórzano, de 70 años, y
Nelson Rutilio Lemus, de 16, una unidad de la GN los emboscó, ametrallándolos
en la carretera, sus cuerpos presentaban muchos orificios de bala de diferentes
calibres.
El trabajo del sacerdote
Rutilio Grande, se caracterizó por defender a los más desposeídos y denunciar
los atropellos cometidos por las autoridades, desde su parroquia de Aguilares,
en el departamento de San Salvador El padre Grande, creó las Comunidades Eclesiales
de Base (CEB), originando reacción adversa de parte de los terratenientes de la
zona, que lo calificaron como un agitador comunista. El sacerdote Rutilio
Grande, es considerado como el primer mártir de la Iglesia salvadoreña.
En la ciudad de Los Ángeles,
California, pudimos entrevistar a Julio Sánchez -quien estuvo de acuerdo en
usar su nombre verdadero-, emigrante salvadoreño quien fuera miembro de la GN,
y ex miembro de la S2 (Sección de Inteligencia) del mismo cuerpo represivo
desde mediados de los años 70. Julio accedió por primera vez a hablar sobre su
participación en el asesinato del sacerdote Rutilio Grande y sus dos
acompañantes.
En una visita a la ciudad de
Los Ángeles, conocí a Julio Sánchez, fortuitamente. Unos amigos me habían
invitado a una boda y Julio se encontraba borracho y no paraba de llorar
contando su participación en el crimen del sacerdote Rutilio Grande. Me impactó
sobremanera la información verídica que manejaba sobre el asesinato, establecí
un vínculo amistoso con Julio Sánchez para investigar su participación en dicho
crimen.
De regreso a El Salvador,
pude constatar que efectivamente Julio había participado en la guardia nacional
y perteneció a los escuadrones de la muerte.
La entrevista se realizó dos
años después de nuestro primer encuentro, debido a que Julio comenzó a
deteriorarse físicamente, en ese tiempo fue diagnosticado con la enfermedad de
Parkinson, además de padecer de diabetes y había sufrido un derrame cerebral
que le había paralizado la mitad del cuerpo.
Julio mantenía que buscaba
relatar los hechos tal y como eran, para demostrar que no únicamente él era
culpable, y así buscar un poco de alivio a su alma atormentada, según me
confesó.
La entrevista inconclusa desde los EEUU
-Voy hablar por primera vez
para que la gente sepa cómo fueron las cosas-me afirma con un dejo de tristeza.
-¿De dónde eres originario?
-Oratorio de Concepción, del
departamento de Cuscatlán -responde lacónicamente.
Precisamente en este lugar
los habitantes que sobrevivieron a la guerra, recuerdan a Julio Sánchez, como
un miembro de los Escuadrones de la Muerte, desalmado y que perseguía y
asesinaba sin piedad a los señalados como comunista. Varias familias enteras
fueron asesinadas y sus cuerpos exhibidos públicamente por los miembros de la
guardia nacional, en la unidad que comandaba Julio Sánchez, afirmaron varios
testigos.
-¿Participaste directamente
en el asesinato del padre Rutilio Grande y sus dos acompañantes?- le pregunto
tajante, para comprobar si en verdad estuvo en la unidad que cometió el
asesinato.
-Aquí tengo mi carnet de
Guardia Nacional; yo me metí ( a la guardia) a la edad de los 17 años, nací en
1957, fue en el pueblo de Suchitoto- responde evadiendo la pregunta.
-¿Qué sucedió ese 12 de marzo
de 1977, cuando emboscaron al padre Rutilio Grande?
-Fueron órdenes que recibimos
directamente del director de la Guardia Nacional, (como director general de la
GN de 1975 a 1978 fungió el general Ramón Alfredo Alvarenga) fuimos
seleccionados como ocho miembros de la guardia; yo no estaba a cargo de la
operación, creo que fuimos 6 u ocho ( miembros de la guardia) que fuimos
seleccionados para cumplir con la misión.
-¿Sabían a quién iban a
asesinar?- lo interrogo, buscando en su mirada una respuesta sincera, Julio
mueve insistentemente sus manos y cabeza, debido a la enfermedad de Parkinson.
-Nos habían dado
instrucciones de eliminar al cura, porque era comunista, estaba levantando a
los campesinos, hablaba mal del gobierno- concluye agitado.
El sermón de Apopa
El 13 de febrero de 1977, el
padre Rutilio Grande predicó un sermón que llegó a ser llamado su "sermón
de Apopa", denunciando la expulsión del padre Bernal, por el gobierno
salvadoreño, el discurso decía así:
"Queridos
hermanos y amigos, me doy perfecta cuenta que muy pronto la Biblia y el
Evangelio no podrán cruzar las fronteras. Sólo nos llegarán las cubiertas, ya
que todas las páginas son subversivas—contra el pecado, se entiende. De manera
que si Jesús cruza la frontera cerca de Chalatenango, no lo dejarán entrar. Le
acusarían al Hombre-Dios... de agitador, de forastero judío, que confunde al
pueblo con ideas exóticas y foráneas, ideas contra la democracia, esto es,
contra las minorías. Ideas contra Dios, porque es un clan de Caínes. Hermanos,
no hay duda que lo volverían a crucificar. Y lo han proclamad".
-Les dijeron que asesinarían
a un sacerdote- le ratifico la pregunto.
-Ya sabíamos quién era el
objetivo, recuerdo que fuimos varias veces a verificar el lugar (en donde
emboscarían al sacerdote), le dimos seguimiento varias veces, días antes se nos
había escapado porque no apareció y no pudimos realizar la operación.
-¿Cómo fue la emboscada? ¿A
dónde estaban ustedes esperándolo? ¿Iban vestidos de civil o con uniformes?
Imagen de
prensa de la época que muestra el vehículo de Rutilio Grande luego de su
asesinato. Al fondo a la derecha, la tétrica figura de un miembro de la extinta
Guardia Nacional, “resguardando la escena”. Tomado de internet.
-Íbamos vestidos de civil,
pero unos kilómetros antes estaban elementos de la guardia uniformados, ellos
nos informaron que el carro se dirigía hacia nosotros, lo esperamos en la
calle, y cuando apareció abrimos fuego, todos abrimos fuego al mismo tiempo,
desde diferentes puntos de la calle, yo vi que el carro se fue de lado y
continuamos disparando.-Julio hace una pausa.
-En el carro iba un niño, un
anciano y el padre Rutilio Grande. Los tres murieron ese día. Le digo
enseñándole un recorte de periódico, con la fotografía del automóvil
Volkswagen, ametrallado a la orilla de una calle de tierra.
-Recibía órdenes, me dijeron
que era un cura malo, comunista, y yo odio a los comunistas- responde cortante.
-¿Después de dispararles, se
acercaron a ver los cuerpos del sacerdote y los acompañantes para rematarlos?
-Teníamos órdenes de que no
quedaran vivos, nos acercamos y les disparamos.
-¿Les dieron el tiro de
gracia?, le pregunto atónito por la frialdad en que relata el asesinato.
-Te repito fueron órdenes de
no dejarlos con vida. Yo no sabía que el cura venía acompañado, ni menos con un
anciano y un niño. Pero aunque hubiera sabido tenía que cumplir con las órdenes
que nos habían dado- concluye molesto.
-¿Que sucedió con todos los
miembros que participaron en el asesinato del sacerdote Rutilio Grande?
-Algunos murieron en la
guerra, otros salieron del país, no por miedo, pues nosotros no le teníamos
miedo a nadie; si estoy hablando de esto ahora es porque creo que no se conoce
como fueron las cosas, y yo me siento muy enfermo, siempre se ha pensado que
nosotros somos los malos, y nosotros sólo recibíamos órdenes.
-¿Qué hubiera pasado si
hubieran rehusado a cumplir esas órdenes? Interrumpo a Julio.
-No lo sé, la verdad es que
no lo sé.
-¿Después del asesinato qué
hicieron? ¿A dónde fueron?
-Nos fuimos directamente a la
Guardia Nacional de San Salvador a rendir un informe, recuerdo que nos dieron
tres días de licencia, cuando regresamos nos ubicaron en otras unidades, yo
comencé a trabajar en la S2.
Un crimen planificado y ejecutado por el Estado que unificó a la
iglesia con el pueblo
Mural que
recuerda a Rutilio Grande. Tomado de
Internet
Monseñor Oscar Arnulfo
Romero, al enterarse de los asesinatos, fue al templo en donde reposaban los
tres cuerpos y celebró la misa. En la mañana del día siguiente, después de
reunirse con los sacerdotes y consejeros, Romero anunció que no asistiría a
ninguna ocasión o actividad gubernamental ni a ninguna junta con el presidente,
siendo ambas actividades tradicionales del puesto, hasta que la muerte se
investigara.
Ya que nunca se condujo
ninguna investigación, Monseñor Romero no asistió a ninguna ceremonia de
Estado, en absoluto, durante sus tres años como arzobispo.
Monseñor Romero, era amigo
personal del sacerdote Rutilio Grande, quien además era su confesor.
En una entrevista que
Monseñor Romero rindiera en el año de 1979, al periodista brasileño, Juan
Arias, en la ciudad de puebla, México, Romero le confesó que él se consideraba
un convertido. "Me contó que estaba del lado de los ricos, del poder,
viviendo en un palacio, hasta que un día le asesinaron a un sacerdote que él
consideraba un santo, Rutilio Grande. Lo mataron mientras explicaba el
catecismo. Imagínese que lo acusaron de ser comunista"-le dijo Monseñor
Romero a Juan Arias.
La muerte de Rutilio Grande
fue la gota que derramó el vaso, Monseñor Romero comprendió que estaba de la
parte equivocada. Dejó el palacio y se entregó a la causa de los perseguidos a
la defensa de los derechos humanos.
Luego un 24 de marzo de 1980,
Romero sería asesinado de un tiro certero al corazón, un francotirador que
trabajaba para los Escuadrones de la Muerte acabó con su vida, en un crimen al
igual que el del sacerdote Rutilio Grande, que aún no ha sido esclarecido.
-¿Nunca te dijeron por qué
asesinaron al padre, el motivo?
-Es que mucho hablaba en
contra del gobierno, y recuerdo que los comunistas habían secuestrado y matado
a un rico, no recuerdo su nombre, pero trabajaba con el gobierno y creo que ese
fue uno de los motivos; los ricos estaban enojados por ese asesinato.
El 26 de febrero de 1977 fue
encontrado el cadáver del empresario Roberto Poma, quien había sido funcionario
del gobierno salvadoreño, y quien había sido secuestrado en enero de 1977 por
el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), organización radical de izquierda.
El 20 de febrero de ese mismo
año, la oposición política había denunciado el fraude en las elecciones
presidenciales, el gobierno había respondido con represión en contra de los
manifestantes: "El pueblo se concentró en la Plaza Libertad, en el centro
de San Salvador, para protestar contra el fraude y exigir que se respetara el
resultado. El 28 de febrero, los militares rodearon la plaza y reprimieron la
concentración. Hubo, por lo menos, sesenta personas asesinadas" –recuerda
un sobreviviente.
-Han pasado muchos años desde
ese fatídico día, ese día que ustedes asesinaron a mansalva a un sacerdote
desarmado que iba con un anciano y un niño, alguna vez te has arrepentido, te
has preguntado ¿qué hubiera pasado si hubieras desobedecido las órdenes?
-Sí, muchas veces me he
arrepentido, pero yo sólo obedecía órdenes, además ahora es muy tarde para
arrepentirme. -Julio se levanta con dificultad de la mesa, me dice que ya no
quiere seguir hablando, que después podemos continuar, se excusa aduciendo que
se siente cansado.
Una muerte amarga y su antesala mucho peor
Después de ese encuentro que
duró apenas una hora, fue casi imposible lograr que Julio Sánchez continuara
con la entrevista; en marzo de este año accedió a terminarla desde el cuarto de
un hospital en donde se encontraba agónico. Un día antes de emprender el viaje
a la ciudad de Los Ángeles para concluir con la entrevista me informaron que
Julio Sánchez había muerto de un paro al corazón, su condición física y mental
se había deteriorado.
Debido a la diabetes le
amputaron las dos piernas y un brazo, desde la cama del hospital en donde
permaneció por 4 meses, Julio imploraba a gritos que lo mataran.
La muerte de Julio Sánchez,
uno de los asesinos confesos del padre Rutilio Grande fue amarga; pero su
antesala mucho peor; pude investigar que su vida en Los Ángeles estuvo llena de
turbulencias: alcohol, drogas y una vida familiar llena de violencia. A diario
lo perseguía el remordimiento de sus actos, el mismo hecho de contar a
desconocidos cuando estaba ebrio, su participación en el asesinato del Padre
Grande, era su búsqueda de eximir su culpa, de ahogar las llamas de ese
infierno interno que ganó en vida por haber asesinado a un sacerdote sencillo,
un cura que su único crimen fue vivir al lado de su pueblo.