J. Angel Téllez
Villalón
Dos razones,
podrían explicar –que jamás justificar- el irrespetuoso y racista tratamiento
del nuevo cesar de la Casa Blanca con los hijos de la Patria de Toussaint
Louverture y Jean-Jacques Dessalines. Una, su entronizada “superioridad” sobre
los “otros” [1], entiéndase mujer, extranjero, negro, pobre…; la otra, su
incapacidad de leer más de una cuartilla.
Ambas le
imposibilitarán valorar en su justa medida el aporte de Saint-Domingue, y de la
Segunda gran Revolución del Hemisferio, a la preconizada grandeza de la “Roma
americana”.
Que gran
parte de las armas, municiones y hombres con la que Francia contribuyó a la
independencia de las entonces Trece Colonias, pasaron por la colonia francesa.
El propio marqués de Lafayette viajó a las Trece Colonias vía Saint-Domingue. Y
lo más trascendente, aquel pequeño país, aportó sangre de sus hijos para el
triunfo de las fuerzas que luchaban por independizarse de la metrópoli
británica.
Compartamos,
someramente algunos de los hechos, y que les llegue a Trump través de sus
asesores de habla hispana o de otros creídos “superiores” como Marco Rubio.
El 12 de
marzo de 1779, los colonizadores franceses, comenzaron a reclutar un cuerpo de
voluntarios para luchar en la Revolución norteamericana. “Los Cazadores
Voluntarios de Saint-Domingue” -como se les conoció-, se integró por colonos
franceses y hasta 500 -800 según otras fuentes- libertos negros y mulatos.
Los
voluntarios de Saint-Domingue zarparon de Cabo Francés -hoy Cabo Haitiano- el 5
de agosto de 1779, llegando a Georgia el 8 de septiembre. Allí, entre el 16 de
septiembre y el 18 de octubre, bajo las órdenes del vizconde Françoise de
Fontages, se unieron al contingente de 3.000 soldados y marinos franceses, y a
los 1.550 milicianos estadounidenses que participaron en el sitio de Savannah.
Entre sus
filas se dice que estuvo el entonces sargento Henri Christophe, de 17 años de
edad, quien más tarde sería uno de los generales de Toussaint y, con
posterioridad, el rey Christophe. Se dice también que es el pequeño
tamborilero, de una curiosa estatua, que en la sureña localidad estadounidense
de Savannah rinde homenaje a todos los haitianos que participaron en la Guerra
de la Independencia de las Trece Colonias.
Más tarde, y
próximo al fin de la contienda, también se reportan contribuciones de los hijos
de Saint-Domingue.
Entre
finales de 1780 y mediados de 1781 las tropas al mando de general George
Washington y las subordinadas al general francés Jean Batiste de Vimeur, Conde
de Rochambeau habían quedado sin recursos, para sufragar un golpe definitivo
sobre las tropas inglesas posicionadas en Yorktown.
El líder de
los independentistas, George Washington, lo reflejó así en su diario, el día
primero de mayo de 1781: “En una palabra, en lugar de tenerlo todo dispuesto
para ir a la campaña, no tenemos nada; y en vez de tener la previsión de una
gloriosa campaña ofensiva ante nosotros, no tenemos sino una confusa y
defensiva, a no ser que recibamos poderosa ayuda en barcos, tropas de tierra y
dinero de nuestros generosos aliados; y ésta, por ahora, es demasiado eventual
como para poder contar con ella” [2].
De la
situación desesperada y a larga desmoralizante, dan fe sus misivas al
financista Robert Morris.
El mariscal
francés Rochambeau, apremiado por las mismas circunstancias y en constante
comunicación con Washington, escribió tres cartas al almirante francés François
Joseph Paul, conde de Grasse. En la última carta expreso: "No debo
ocultarle, Señor, que los norteamericanos están en el límite de sus recursos,
que Washington no tiene ni la mitad de las tropas que él calcula tener, y que,
en mi opinión, aunque él permanece callado al respecto, él no tiene 6 000
hombres, ni tampoco el Señor de LaFayette reúne 1 000 regulares con la milicia
para defender Virginia..."[3]
De Grasse,
leyó las cartas a su llegada a Cabo Haitiano, en julio de 1781, al frente de 23
fragatas de la Flota de Francia, que enviaba el monarca francés con el fin de
auxiliar a los ejércitos del general Washington.
En la
primera carta Rochambeau le pedía al jefe de la Flota que reclutara tropas y
las trajera consigo como refuerzos del Ejército Continental del general
Washington. El Almirante se atuvo a las instrucciones, reclutó 3 000
voluntarios de Puerto Príncipe y Cabo Haitiano, y los puso bajo las órdenes del
joven oficial Claudio Enrique de Saint-Simon.
Pues sí, el
mismísimo Saint-Simon, fundador del socialismo francés y del socialismo
utópico. Para Engels fue, junto con Hegel, la mente más enciclopédica de su
época y casi todas las ideas del socialismo posterior estaban contenidas en su
obra.
El refuerzo
multinacional desembarcó el día 30 por la bahía de Chesapeake, Maryland. El
batallón de ex-esclavos, pardos y mulatos de Puerto Príncipe y Cabo Haitiano,
Comandados por Saint Simon, participaron entre el 26 de septiembre y el 19 de
octubre de 1781 del cerco de Yorktown.
La
capitulación de las tropas británicas comandados por lord Charles Cornwallis
fue firmada el 31 de octubre de 1781. Esta victoria no fue el final de la
Guerra, pero dejó expedito el camino de la independencia de la que Martí luego
llamó “Roma americana”.
De modo que
los estadounidenses mucho les deben a fuerzas extranjeras, entre ellos
franceses, latinoamericanos y haitianos- la consecución de su Independencia,
ratificada por el Congreso de los Estados Unidos el 15 de noviembre de 1784;
luego de la capitulación de Gran Bretaña, mediante el tratado de París, el 3 de
septiembre de 1783.
Además, como
recordaba por estos días el periodista Jon Schwars en The Intercept [4], las
sublevaciones de los esclavos de la colonia francesa Saint-Domingue a partir de
1791, motivaron a que Napoleón Bonaparte -entonces Primer Cónsul francés-
vendiese en 1803, al presidente Thomas Jefferson la Luisiana Francesa, un
extenso territorio del actual país del Norte.
La venta de la
Luisiana por 15 millones de dólares, era una manera de paliar la crisis
financiera que generó la caída abrupta de los grandes aportes a la economía de
Francia, que se generaban en su colonia en la parte oriental de la Isla
Española.
Saint-Domingue
llegó a ser conocida como la Perla de las Antillas. En el año 1780, la colonia
francesa -con un territorio equiparable a Maryland o Bélgica- produjo alrededor
del 40 % de todo el azúcar y el 60 % del café que consumía Europa. En 1767, se
exportaron 72 millones de libras de azúcar en bruto y 51 millones de libras de
azúcar refinado, un millón de libras de añil y dos millones de libras de
algodón. Producía más azúcar y café que todas las colonias de Gran Bretaña y
las Indias Occidentales juntas.
Con dicha
transacción, Estados Unidos adquirió una vasta extensión -2.144.476 km²
(529.911.680 acres), el 23% de la superficie actual-, con la que duplicó su
territorio, y poder geopolítico, de un solo golpe.
Se evitaba
el peligro de que la recién nacida república estadounidense cayese nuevamente
bajo el dominio de los británicos, resultado que como Thomas Jefferson
advirtió, era posible si Nueva Orleáns permanecía en manos de Napoleón. Y se
anulaba así, la posibilidad de que Francia y España tuvieran el poder de
bloquear el acceso de comerciantes estadounidenses al puerto de Nueva Orleans.
Esto le abrió a la excolonia durante todo el siglo XIX su camino hacia el
Pacífico.
Alexander
Hamilton reconoció en un editorial publicado el 5 de julio de 1803 en el New
York Evening Post; “Al clima fatal de Saint-Domingue y al coraje y resistencia
obstinada de sus habitantes negros, les debemos los obstáculos que retardaron
la colonización de Luisiana hasta el momento favorable cuando una ruptura entre
Inglaterra y Francia le dio un nuevo giro a los proyectos de esta última” [5].
Jefferson,
sin embargo, mostró su “agradecimiento” a los haitianos suspendiendo todo
comercio con ellos en 1804. Durante muchos años, los Estados Unidos se
resistieron a reconocer al nuevo país, sumándose al castigo de los imperios por
la insumisión haitiana. No fue hasta el 5 de junio 1862 que el presidente
Abraham Lincoln promulgó el reconocimiento diplomático de Haití.
Negados
antes de crecer los impulsos igualitarios y fraternales de su republicanismo,
los cesares de la “Roma americana” hallaron un peligro en la primera Republica
de “Los condenados de la Tierra”. La nueva potencia se sumaba a las otras en su
pacto-castigo por la insumisión haitiana.
Notas: