Jorge Gómez
Barata
Años atrás, con el triunfo de la Revolución Cubana se
proclamó que “América Latina había echado a andar…”, nadie sabía hacia dónde.
Entonces en la región predominaban los regímenes oligárquicos y las dictaduras
hoy museables de Batista, Duvalier, Trujillo, Stroessner y otros con los cuales
el compromiso de Estados Unidos era expreso. Por aquellos días estaban vigentes
el modelo soviético y su contraparte, el anticomunismo visceral que cerraba el
paso no solo al marxismo, sino también a la socialdemocracia y al liberalismo.
En aquel entorno caracterizado por el atraso institucional y
la pobreza de la cultura política, la dinámica cubana abrió el camino, aportó
una innovación para alcanzar el poder, puso en evidencia la necesidad de
cambios políticos, pero no tenía una fórmula. La lucha armada fue un acicate y
en algunos casos un catalizador, pero no una solución.
Antes de la Revolución Cubana tuvieron lugar las epopeyas de
Guatemala, protagonizadas entre otros por Jacobo Árbenz, la inmolación de Jorge
Eliecer Gaitán y el Bogotazo y el derrocamiento en Venezuela de Pérez Jiménez.
Cada uno de aquellos eventos hizo el aporte correspondiente.
Aquellas circunstancias en las que unos países avanzaron y
otros se estancaron, aunque son un referente, han quedado atrás y el curso de
los procesos políticos ha tomado el curso electoral, trascendiendo las
expectativas de violencia e inestabilidad que durante décadas enturbiaron los
procesos políticos. Aunque todavía persisten manifestaciones y riesgos, tanto
la lucha armada de la izquierda y los golpes de estado de la derecha son cada
vez menos aceptables.
De hecho, ha comenzado a instalarse un estado de cosas en el
cual la vieja alternancia entre elementos oligárquicos, divididos entre
liberales y conservadores, ha cedido los espacios a formaciones más modernas y
plurales, ha coaliciones y a movimientos sociales. Actualmente, aunque con
desventajas enormes, los candidatos del centro y la izquierda compiten y en
reiteradas ocasiones ganan o se convierten en importantes protagonistas
políticos.
Se trata de avances en los procesos políticos en el sentido
de la democratización, que con enormes dificultades, avances, retrocesos y
traumas como los de Venezuela y Brasil, se tornan funcionales para las
corrientes progresistas. Tal vez falte perfilar una doctrina que permita no
solo alcanzar el poder, sino utilizarlo en función de objetivos estratégicos
claramente definidos. Solo así podrán administrarse las victorias y encajar las
derrotas. Allá nos vemos.
La Habana, 13 de abril de 2018